Todo arranca en las dunas del –3200, donde Michael BorJ. Fox, catapultado por un DeLorean trucado con hierbas raras y un motor de chistes malos, cae de morros entre escribas sumerios que rayan arcilla como grafiteros de caverna. "¡Va a joder la memoria entera!", berrea un Sócrates con resaca eterna, mirando las tablillas como si fueran el fin del mundo. Michael, con su gracia de pilluelo listo, suelta un huha y replica: "Hermano, si la memoria es un casete rayado de esos que se atascan en el walkman, esto es el casete nuevo que la hace bailar pa' siempre, con eco y todo". Y zas, la escritura se planta como el pilar de civilizaciones enteras, tejiendo cuentos y leyes que unen almas como un botellón interminable bajo las estrellas. Michael sigue corriente abajo, partiéndose el pecho con el dinero acuñado del –600, ese traidor del trueque puro que los tiesos ven como un veneno pa' el alma. "Corrompe todo, ¿no? Pues ahora une mundos en un fiestón de deudas y caprichos", masculla con una sonrisa torcida, mientras el comercio global surge como un mercadillo gigante que late con pulso de barrio, comprando y vendiendo sueños a granel.
El papel chino del –105 flota como un soporte endeble, "el bambú es la ostia, esto es mierda frágil", bufan los puristas con cara de vinagre, pero Michael lo enrolla en un pergamino loco y lo ve expandirse en lienzo universal, capturando pensamientos como chistes efímeros que se pegan en la cabeza. En el siglo XIII, el reloj mecánico mide el tiempo de Dios con engranajes que suenan a blasfemia —"¡No se mide lo divino, coño!", claman los devotos—, pero Michael ajusta el cacharro con un guiño: "Ahora el ritmo social late en fábricas y corazones, un beat laboral que sincroniza el jaleo diario como un DJ en una boda". La pólvora revienta en armas cobardes, sin honor de caballeros, dominando guerras por seis siglos; Michael, con ironía de taberna, la mete en un chiste: "De trueno sin gloria a dominio bélico total, no es la bala la que mata el honor, sino el honor el que se rinde a la bala, huha, y se va a casa llorando".
La brújula magnética reta a los vientos divinos, guiando océanos en navegaciones osadas que hacen flipar a los marineros. La imprenta de 1450 es una herejía pa' los calígrafos, "libros del demonio que matan el arte a mano", pero desata una alfabetización masiva que ilumina cabezas como farolas en una noche de jarana renacentista. Michael, flotando en su balsa hecha de código viejo y madera reciclada, llega al telescopio de 1610, "un juguetito diabólico que engaña los ojos", y lo apunta al cielo: "Revolución científica, donde las galaxias bailan en un jaleo infinito de estrellas borrachas". La vacuna contra la viruela de 1796 transfiere rasgos de vaca en un horror de peli de monstruos, pero borra la plaga del mapa; Michael suelta un huha: "De 'moo' a salvavidas, la ciencia es un meme que cura y te deja con leche en los bigotes".
La máquina de vapor de 1776 es un infierno con ruedas, explotando como un petardo en una fiesta, pero enciende la Revolución Industrial en un humo que huele a progreso sudado. El ferrocarril de 1825 jode la salud con velocidades demoníacas, según los médicos tiesos, pero acorta distancias como si el tiempo se doblara en una servilleta de bar. Y ahí, en 1839, la fotografía irrumpe como un atajo sin arte pa' los pintores, "¡Los artistas de verdad pintan!", gritan con brochas en alto, tildándola de truco que mataría el retrato genuino; pero captura almas en prensa que parecen postales de otro mundo, y al final, ridiculizada al principio, se normaliza hasta que nadie imagina un álbum familiar sin ella. El teléfono de 1876 deja en bragas al telégrafo, tejiendo redes de voces que cruzan océanos como chismes de vecindario. El automóvil de 1885 asusta a los caballos y revienta calles con su ronroneo, dominando caminos como un rey de asfalto. Los rayos X de 1895 son radiación indecente que mata, pero desvelan huesos como mapas secretos del cuerpo, huha, "mira, ahí está tu esqueleto bailando la conga".
El cine de 1895 es teatro mecánico sin alma, "¡El teatro es el único arte verdadero!", berrean los dramaturgos con máscaras trágicas, tachándolo de amenaza que sepultaría el escenario vivo; pero engendra industrias globales de sueños que se proyectan en pantallas como mentiras bonitas, y hoy, normalizado, es el rey de las noches de palomitas. La aviación de 1903 desafía al cielo divino, "el hombre no vuela, joder", pero conecta continentes en vuelos que parecen milagros con alas de lata. La luz eléctrica de 1910 ilumina noches con miedos a incendios, extendiendo el día en crepúsculos falsos que alargan las juergas. La radio de 1920 mata a los músicos en vivo, pero difunde sonidos masivos como ondas de birra derramada. La penicilina de 1942 crea bacterias invencibles, transformando la medicina en un arsenal contra la muerte invisible. La televisión de los 40-50 arruina imaginaciones y lecturas, pero abre ventanas al mundo que te chupan el alma. La fisión nuclear de 1945 es destrucción pura, pero genera energía en debates que no acaban nunca, huha, "bomba o luz, elige tu veneno".
El microchip de 1958 es tan peque que no se repara, inaugurando eras digitales donde todo cabe en un dedo. La contracepción oral de 1960 fomenta promiscuidad sin freno, liberando revoluciones sociales que cambian el juego del amor. Y en los 70-80, el sintetizador Moog hace vagos a los músicos, "¡Los sintetizadores son trampa!", alertan sindicatos temiendo despidos masivos, pero acaba ampliando plantillas y géneros enteros, con Kraftwerk, Stevie Wonder o Jean-Michel Jarre poniendo al mundo a bailar en ondas electrónicas —hasta que viejas leyendas recuerdan en foros de gear-heads que "hay que ser músico pa' que un sinte suene a música". Internet de 1969, un juguetito militar, teje redes planetarias que conectan mentes en un barullo sin fin. La fertilización in vitro de 1978 hace bebés de laboratorio inmorales, pero da vida a millones en tubos de esperanza. La telefonía móvil de 1984 es cara y da cáncer, pero conecta cinco mil millones en bolsillos que parlotean solos. En los 80-90, el sampler y la drum machine desatan guerras legales por loops no licenciados, modelando la jurisprudencia moderna del copyright, pero revolucionan el hip-hop y el pop como un motor sonoro imparable. El GPS de 1993 espía todo el rato, pero guía vidas como un ángel de bolsillo. MP3 y Napster de 1999 acaban con la música, pero abren el streaming como un río de canciones gratis. Auto-Tune de 1998 es "matanza de la voz", pero se vuelve efecto pop imprescindible, un truco que primero ridiculizamos y ahora no imaginamos sin él.
Wikipedia de 2001 es poco fiable sin editores, pero se convierte en enciclopedia colectiva que sabe de todo. Redes sociales de 2004 destruyen privacidad, forjando plazas digitales donde se arman revueltas. YouTube de 2005 es pirata cutre, pero centra vídeos virales que te enganchan como droga. El iPhone de 2007 falla sin teclas, pero redefine la informática en palmas que parecen mágicas. Blockchain y Bitcoin de 2009 son dinero de delincuentes, creando ecosistemas descentralizados que huelen a anarquía fina. Coches eléctricos de 2010 con autonomía de mierda, pero crecen sin humo en mercados verdes. CRISPR de 2012 juega a Dios, pilotando terapias que editan la vida como un corte de pelo genético. El arte digital de los 80 en adelante es "¡Usa pinceles de verdad!", un coro que tacha de amenaza a los píxeles, pero rompe moldes creativos hasta normalizarse en galerías híbridas.
Realidad virtual de 2016 aisla con mareos, pero forma mundos inmersivos para juegos y curas. Deepfakes de 2017 acaban con la verdad visual, potenciando cine de mentiras útiles. Vacunas mRNA de 2020 cambian el ADN, frenando pandemias como un escudo invisible. ChatGPT de 2022 es plagio sin alma, pero expande creaciones locas. Generadores de arte IA arruinan ilustradores, fusionando flujos híbridos que pintan solos —otro caso donde el coro grita "truco" al principio, pero al final bailamos con la novedad.
Y en el futuro loco, Michael acelera: reactor de fusión de 2025, caro y peligroso como un petardo nuclear, promete soles limpios sin carboncillo. Implantes neurales de 2031 lavan cerebros, mejorando cognición telepática que lee mentes como un chisme. Carne de lab de 2032 es frankenfood asquerosa, pero alimenta el mundo sin matar vacas. Vehículos voladores de 2035 arman caos aéreo, pero transportan peña como pájaros de hierro. AGI de 2036 es Skynet real, avanzando creatividades sin límite. Nanobots de 2038 invaden cuerpos, curando cánceres con precisión de cirujano invisible. Fusión comercial de 2042 es Chernobyl reloaded, entregando energía verde abundante. Antienvejecimiento de 2047 causa sobrepoblación de egoístas, extendiendo vidas sanas como un elixir de barrio. Conciencia digital de 2051 pierde almas, expandiendo humanidad post-biológica en nubes eternas.
Michael sale del río, chorreando ironía: "De sacrilegio a salvavidas, no es el hombre el que conquista la invención, sino la invención la que conquista al hombre". Ríe con un huha absurdo: "¿Y si Sócrates mandara un wasap con su Fedro? Sería un fake épico, huha". El patrón sigue intacto: cada tormenta de pánico se seca en sol de cada día, un fandango donde el miedo baila hasta caer rendido, porque cada vez que una herramienta rompe el molde creativo, aparece un coro que la tacha de “truco” o “amenaza” —de las válvulas de la guitarra eléctrica en los 30-40, rechazada por estridente en clubes pero emblema del rock hoy, al sampler que modeló el copyright moderno.
Pero espera, aquí viene el giro que nadie ve: mientras Michael seca su chaqueta vaquera, nota un tic en la mano, un temblor sutil como el de un viejo amigo de Hollywood. Huha, ¿coincidencia? No, joder: el río entero no era un viaje loco, sino un loop temporal causado por su propio invento —un implante neural que fusiona Parkinson con viajes en el tiempo, inspirado en el verdadero Michael J. Fox. ¡Resulta que BorJ. no es un alias, es un clon digital del actor, hackeado para curar su enfermedad editando el pasado! Ahora, atrapado en el jaleo, Michael se da cuenta: la innovación final no conquista al hombre, sino que el hombre se convierte en la innovación misma, temblando hacia un futuro donde el miedo es solo un tic que se cura con un huha eterno.
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Borja Moskv
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