Cuando le propuse a @anaphant escribir sobre algunos personajes de Web3 en Latinoamérica, imaginé un viaje que trascendiera las pantallas y los contratos inteligentes. No quería solo nombres y proyectos; quería historias vivas, mundos tridimensionales que pudiera recorrer con los cinco sentidos.
Me imaginé pisando suelos desconocidos, respirando el aire de sus ciudades, probando los sabores que los alimentan y escuchando las voces que los rodean. Quería descubrir cómo viven los constructores de este nuevo paradigma, qué desayunan, qué libros descansan en sus mesas de noche, qué miran cuando alzan la vista de sus pantallas. Quería conocer a sus gatos, sus perros, las rutinas que los sostienen y los momentos que los quiebran.
Si la química lo permitía, soñaba con algo más: construir juntos, conspirar, co-inspirar. Porque Web3 no es solo tecnología, es un entramado de conexiones invisibles, de ideas que se enredan y florecen en colaboraciones inesperadas.
Mi primer destino sería Chile. Siempre he querido estar allí, he soñado con una residencia en el espacio de toda la teoría del universo, con el viento de los Andes susurrando ecuaciones en mis oídos. Imaginé dejar alguno de mis dispositivos en un bosque de Valparaíso, oculto entre raíces y líquenes que murmuran en lenguas antiguas, esperando ser encontrado por algún viajero del tiempo o un espíritu curioso de la Tierra. También quería visitar Linquelab, ese umbral hacia el reino secreto de los hongos y las plantas, donde las esporas flotan como mensajes encriptados, llevados por el viento a quienes saben escuchar. Pero esa es otra historia.
Hoy el viaje es distinto. Hoy vamos a visitar avatares de otro mundo, uno que vibra en la frecuencia de Web3, donde los códigos son conjuros y las conexiones trazan nuevas constelaciones. He seguido sus rastros desde mi teclado, como quien descifra mapas antiguos en pantallas luminosas. Menta y Malbec aparecen en mis notas como nodos de un entramado que une cultura y descentralización. Los conocí a través de Nouns Amigos y PizzaDAO, sus nombres ya son ecos familiares en este laberinto digital. Sé que Menta es abogada, pero su voz resuena más como la de una narradora de futuros posibles. De Malbec no recuerdo la profesión, pero sí su aura de soñador. Son gestores, creadores, alquimistas de encuentros.
Han tejido proyectos en Nouns Amigos, han encendido hornos con PizzaDAO y han hecho de la música un puente hacia nuevas formas de comunidad.
Imagino el sur de Santiago como un portal de aire frío y cerros infinitos. La brisa baja de los Andes cargada de historias que se deslizan entre las calles. Me veo en una terraza, envuelto en una conversación donde el tiempo se pliega entre sorbos de algo caliente. Allí, entre risas y silencios, quiero escuchar las minucias de su vida, esas que no caben en hilos de Twitter ni en foros de Discord.
También quiero asistir a un Nouns Music Camp, ese espacio donde las bandas aprenden a navegar la industria cultural, donde la música encuentra nuevos ecos en Web3. Chile, con sus estallidos y sus transformaciones, ha empujado a muchos a explorar lo descentralizado, a expandirse más allá de sus propias fronteras. Menta y Malbec han cruzado esos límites invisibles, conectando con artistas en Perú, en otras latitudes, en otros espacios donde la red se convierte en materia. Desde el sur del continente, trabajan desde sus computadores, pero su impacto viaja más allá del muro de los Andes. Son parte de esa magia cotidiana que convierte ideas en acción, que transforma sueños en realidades compartidas.
Antes de dejar Chile, el viaje me lleva a otro umbral, uno donde el mar respira con la calma de lo eterno y las redes de pesca no solo atrapan peces, sino también historias. Sernapesca, el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura, es un lugar de tránsito entre mundos: allí, en un muelle donde el aire huele a sal y a madera húmeda, entre barcos que crujen con la marea y gaviotas que gritan profecías incomprensibles, me espera Atcamo, otro Nouns Amigo.
Atcamo es un puente entre dos dimensiones. En su mundo tangible, el de las redes y el oleaje, pocos entienden de blockchain, de DAO o de gobernanza descentralizada. Pero él sí. Para él, Web3 es un territorio de posibilidades aún por explorar, un horizonte que, aunque lejano, brilla con una luz esperanzadora. Sin embargo, su verdadero mundo no está en la pantalla, ni en los nodos interconectados del ciberespacio. Su mundo real son su esposa y su hijo.
Cada mañana, antes de salir de casa, su ritual es sencillo, pero sagrado: piensa en Dios, mira a su hijo y cuenta las horas que le quedan en el día para estar con ellos. Entre la rutina del trabajo y el vaivén del mar, en esas horas que el mundo le deja libres, Atcamo habita otro tiempo, el tiempo de Web3. Su avatar viaja a reuniones de Discord, su voz resuena en espacios virtuales donde presenta propuestas, donde vota, donde construye con otros soñadores.
Así lo conocí yo, navegando en la internet, en una de esas llamadas de los martes donde los ecos de voces distantes se tejen en comunidad. Aquella vez, Atcamo hablaba con la pasión de quien sabe que un pequeño gesto puede encender un gran cambio. Su propuesta era una invitación: quería acercar a personas apasionadas por las abejas al mundo de la descentralización, mostrarles cómo la blockchain podía abrir oportunidades insospechadas. Porque para él, las comunidades son como las colmenas, unidas por la cooperación, por la inteligencia colectiva, por la certeza de que cada pequeña acción deja una huella en el mundo.
Lo miro ahora, de pie en el muelle, con los ojos brillantes de quien aún cree en el futuro. Atcamo sueña con hacer un gran impacto en su comunidad, y yo sé que ya lo está logrando. Su esposa ya empieza a comprender un poco más de Web3, y ese pequeño cambio es una grieta en el muro de lo imposible, la primera luz que anuncia que el mundo puede transformarse.
Antes de despedirme, el mar nos envuelve con su respiración profunda. El viento salino nos recuerda que todo en la vida es tránsito, que cada oleada trae consigo nuevas corrientes. Y en ese instante, entre barcos, redes y la niebla del puerto, siento que Atcamo ya está dejando su huella, aunque aún no se dé cuenta.
Dejo Chile y atravieso los Andes como si cruzara el umbral de un sueño. La montaña respira lenta y profunda, con su piel de nieve y roca, un gigante dormido que divide dos mundos. Del otro lado me recibe Argentina, Buenos Aires me envuelve con su aire denso, cargado de tango y humedad, como si el tiempo aquí se resistiera a avanzar en línea recta.
Apenas piso sus calles, se activa una conexión con el pasado. El bar Asterión —aunque está en Medellín— fue mi primer portal hacia esta ciudad. Borges, Cortázar, Goyeneche, Charly, el Flaco Spinetta; nombres que alguna vez fueron solo letras en libros o voces en vinilos, aquí toman forma en las baldosas gastadas de San Telmo, en los acordes que flotan desde alguna guitarra en la calle, en el aroma de un café que se enfría junto a un cuaderno lleno de garabatos. Y también Solsiete, mi próximo avatar a visitar.
La primera vez que la vi fue en ETH Cinco de Mayo, en México. Su carisma iluminaba el espacio, tenía esa energía de quien sabe que está abriendo caminos nuevos. Fue una de las primeras personas que empezó a llevar músicos hacia Web3 con su proyecto MúsicaW3, ayudando a artistas independientes a encontrar sostenibilidad en un mundo donde el arte y la tecnología parecían galaxias distantes. Aquí, los NFTs no eran solo imágenes, eran canciones, eran experiencias, eran resistencia.
Volver a Buenos Aires es regresar a una ciudad que se la banca. ETH Argentina 2023 fue una prueba de eso: una comunidad de builders que no solo programa, sino que sueña, que pelea por esta revolución tecnológica con la misma pasión con la que se grita un gol en la Bombonera. Gente que construye, que cuestiona, que desafía el status quo.
Pero vuelvo a lo que me trae aquí: Solsiete y mi Buenos Aires querido. Como en aquel tango, quiero recorrer sus avenidas de nuevo, perderme en su arquitectura que parece más cercana a París que a los Andes. Este lugar es un portal de espacio y tiempo. Entro a un café, busco una mesa junto a la ventana, me vuelvo un observador. Quién entra, quién sale, quién camina con prisa y quién se detiene a mirar la lluvia resbalar por los adoquines.
Solsiete vive en un barrio con un parque y un lago, un pequeño oasis en el caos de la ciudad. Llegó a Web3 por su hermano, que un día le habló de cripto como quien cuenta una historia de ciencia ficción. Luego, su productor le mencionó los NFTs y, antes de darse cuenta, ya estaba dentro del agujero de la liebre. Desde entonces, ha viajado, ha participado en hackatones, ha encontrado en esta tecnología una forma de empoderar a los músicos independientes. Vive con su pareja, quien también es parte de su equipo de trabajo. Su familia lo apoya, en parte porque saben que Web3 le da dinero, pero más allá de eso, comienzan a entender que aquí hay algo más grande que un simple ingreso.
Solsiete no puede vivir sin su mate, lo lleva siempre bajo el brazo como si fuera un talismán. La imagino en una mañana fría, con el termo en la mano, cebando con paciencia, compartiendo el ritual con su gente. El mate es más que una bebida, es una ceremonia, es una conversación, es el pulso del sur del continente.
La última vez que estuve en Buenos Aires me quedé en Caballito, en la casa de Sebastián, un poeta y librero que mira el mundo cripto con desconfianza. Tuvimos largas conversaciones. No logré que descargara su primera wallet, pero al menos le mostré que Web3 no es solo especulación y estafas, que también es comunidad, es arte, es posibilidades.
Recuerdo la despedida. Era una mañana fría, mate en mano, desde su balcón viendo pasar el tren. La ciudad rugía abajo, con su ritmo caótico, con su eterna nostalgia. Buenos Aires es muchas cosas: es furia, es ternura, es laberinto, es hogar para quienes saben perderse. Me despedí con la certeza de que siempre hay un motivo para volver.
La siguiente parada en este viaje es Cuenca, Ecuador. Una ciudad de piedra y agua, donde los ríos murmuran historias antiguas y las montañas envuelven con su abrazo silencioso. Aquí vive Rocío, otro avatar que he estado siguiendo en este mundo de múltiples capas. Lleva la comunidad de Nym en español, tanto en Telegram como en X, tejiendo conexiones entre quienes buscan privacidad en la era digital.
Su historia es un salto entre dimensiones: viene del mundo Web2, del análisis de datos y las métricas, de ese universo donde todo se mide, todo se calcula. Pero un día, el algoritmo de su vida cambió. La depresión la llevó a desconectarse de aquel entorno frío y estructurado, a buscar otro ritmo, otra forma de existir. Fue entonces cuando un familiar le habló de Web3, de comunidades, de nuevas posibilidades. Algo en esa idea encendió una chispa, y Rocío decidió aprender, construir, ser parte de esta revolución descentralizada.
Ahora, su nombre resuena en múltiples comunidades: Nym, EthEcuador, Mundo Violeta, Web3 Privacy Women, Mujeres en Crypto, Dev3Pack y el Club de Nodos. No solo participa, es una de las voces que hacen preguntas, que abren caminos, que sostienen espacios de aprendizaje. Su fascinación por la privacidad y la criptografía de conocimiento cero (ZK - Zero Knowledge) la llevó a enamorarse de Nym, donde trabaja con otras personas para fortalecer la comunidad de Nym Latam. Desde "El Rincón de la Privacidad", un espacio en YouTube, conversa con expertos, comparte avances y difunde el valor de la privacidad en Web3.
Cuenca la imagino en su andar pausado, en su equilibrio entre lo ancestral y lo digital. La conocí hace años, quizás en 2002, cuando mis pies recorrieron sus calles empedradas, sus iglesias coloniales, sus mercados de artesanías. Viajar a Cuenca siempre ha sido para mí como atravesar un portal a otro tiempo, donde las urgencias se diluyen en la calma del río Tomebamba y el sol parece posar su luz con un tono más cálido sobre los tejados rojos.
Me imagino a Rocío caminando por la ciudad, con su mate o su café en la mano, absorbiendo el aire limpio de la sierra, acompañada de su mascota, Blockie, mientras su mente se sumerge en ideas sobre nodos, redes descentralizadas y privacidad. Es una mujer curiosa, inquieta, la que siempre hace preguntas en cada llamada de Nym, en cada encuentro de Web3. La tecnología es su territorio, pero la privacidad es su bandera.
Ecuador, en mi viaje personal, ha sido mi primera escuela del Buen Vivir. No es solo un país, es un eco profundo de la Abya Yala, un recordatorio de que hay otras formas de habitar el mundo, de construir comunidad, de mirar el futuro sin soltar el pasado. Es el lugar donde aprendí a romper con el eurocentrismo, a conectar con las cosmogonías del sur, a entender que el progreso no siempre es velocidad, que el conocimiento puede ser río, no solo rascacielos.
Varias veces he vuelto a Ecuador, pero quiero regresar a Cuenca pronto. Tal vez con un proyecto, con una excusa para colaborar con Rocío, para compartir una charla larga sobre Web3, sobre privacidad, sobre descentralización y sobre la vida misma. Quizás, solo quizás, esta sea la razón que estaba esperando para volver.
De Ecuador nos deslizamos a Colombia, al ritmo del Pacífico, al calor del valle. Esta vez, la parada es en Cali, esa ciudad donde el sol dora las calles y la brisa que llega desde el océano refresca los días. Cali es salsa, es ritmo, es arte, y también es el hogar de nuestro siguiente avatar: Nadiecito.
Lo sigo desde hace tiempo en Warpcast y Nouns Amigos, observando cómo su trabajo fusiona lo digital con el arte del pixel. Inicialmente, lo ubiqué en Enefty, un colectivo de artistas, diseñadores e ilustradores que se aventuraban en Web3. Recuerdo que una vez estuvieron en un evento en Casa 3B en Medellín, compartiendo su arte y navegando el nuevo universo digital. En ese momento no cruzamos palabras, pero el eco de su trabajo quedó resonando. Fue después, en las llamadas de Discord y en sus publicaciones en Warpcast/Farcaster, donde comencé a seguir realmente a este avatar.
Su arte pixelado y su conexión con Nouns lo han convertido en un referente dentro de la comunidad. La primera vez que lo vi en persona fue en la feria Nounish, impulsada por los grants de Nouns Amigos. Desde entonces, he seguido con admiración su capacidad de fusionar creatividad y tecnología, de darle identidad a lo digital con cada trazo, cada pixel.
Diciembre pasado fue el escenario de la feria Nounish, un evento lleno de talento y color. Les recomiendo leer el texto de Hortelana/Sæ7> y mi primer texto de esta serie con Nación Black Flag para sentir un poco de esa vibración. En aquella ocasión, además de sumergirme en la feria, conocí a Camila, la compañera de Nadiecito, y a otros artistas como Gabriel y Exacto. También tuve la oportunidad de caminar la Quinta Avenida de Cali, una calle que siempre suena a salsa en mi cabeza, con ese compás de trompetas y congas que nunca se apaga.
Al día siguiente, un domingo sin prisa, Nadiecito me invitó a almorzar. Fuimos a un centro comercial al norte de la ciudad y nos sentamos ante una chuleta de cerdo gigantesca, de esas que se desbordan del plato. Entre bocados y anécdotas, hablamos de arte, de Web3, de cómo todo ha cambiado. Para digerir la abundancia, nos lanzamos a caminar por un parque cercano, donde el verde suaviza el concreto. En algún rincón encontramos un puesto de jugos, de salpicones y cholados, ese cóctel perfecto de frutas y hielo que refresca hasta el alma.
La tarde nos llevó a su hogar, un apartamento en una unidad residencial de torres. Allí vive con Camila y sus gatos—tres, tal vez cuatro, dependiendo de cuántos decidan aparecer en ese momento. El tiempo se diluyó en conversaciones sobre Web3, sobre cómo este universo ha cambiado su vida de cero a cien. Nadiecito disfruta la posibilidad de difundir su arte, de sentirse apoyado por su comunidad, de saber que su trabajo tiene valor y contribuye a algo más grande. Eso lo motiva, lo impulsa, le da sentido a cada pixel que crea.
Fue solo un rato antes de que tomara mi vuelo de regreso a Medellín, pero en este texto, el viaje no se detiene. Desde Cali, la ruta sigue hacia Centroamérica.
Nunca he estado en Guatemala. Lo confieso. Es un territorio que apenas empiezo a bordear en mis mapas mentales, un nombre que antes sonaba lejano, pero que Web3 ha traído a mi radar. No fue un libro de historia ni un relato de viaje lo que me hizo fijarme en este lugar, sino la fuerza de las comunidades que lo habitan. En especial, por Nouns Amigos.
Allí, en el corazón de ese país que aún no he pisado, hay proyectos que están cobrando vida con el apoyo de la financiación de Nouns Amigos. Uno de ellos es Nouns al Rescate, liderado por Indeus, un nombre que resuena entre los artistas y constructores de este nuevo mundo digital. Su proyecto fue más que una intervención: fue un acto de restauración y conexión comunitaria.
El Parque de la Jota, como lo llaman en su barrio, se transformó. Canchas, juegos y muebles públicos volvieron a respirar bajo la intervención de vecinxs y artistas. Más que pintura y reparaciones, fue un hechizo de recuperación, donde la tecnología se encontró con la comunidad. Esos proyectos me fascinan, son la verdadera esencia de lo que en Web3 llaman public goods: bienes comunes para todxs, impulsados por la descentralización.
Indeus llegó a Web3 en 2021, caminando al lado de artistas y emprendedores. Antes, su mundo giraba en torno al marketing, pero el verdadero cambio llegó cuando ETH México lo sacó de su país y lo lanzó al vértigo de las conexiones IRL. Salir, mirar a los ojos a otras personas con las mismas preguntas y sueños, sentir el pulso de la comunidad... fue en ese momento cuando supo que había encontrado algo más grande. Web3 dejó de ser teoría y se convirtió en latido.
En el mundo 3D, su nombre es José. Vive en un barrio donde las casas de los años 50 resguardan historias de generaciones pasadas. Su hogar está cerca de la universidad pública y del centro histórico de la ciudad, un lugar donde la arquitectura antigua conversa con el presente. Comparte sus días con su pareja y su gato, entre pedaleadas en bicicleta, libros abiertos, podcasts que llenan los silencios y el aroma del café recién hecho. Su universo está hecho de música, deporte, naturaleza y arte, una constelación que se refleja en su trabajo y en su forma de ver el mundo.
Guatemala sigue siendo un misterio para mí, un país que aún no he caminado, pero que ya siento cercano. Tal vez sea momento de visitarlo, de ver con mis propios ojos esos espacios que solo conozco a través de pixeles y relatos. Quizás el Parque de la Jota me reciba algún día, restaurado y lleno de vida, y entonces todo esto dejará de ser un cuento para convertirse en realidad.
El viaje nos lleva a México, donde termina este recorrido. Un país vibrante, con una comunidad Web3 que hierve de ideas, conspiraciones y sueños que se programan en la blockchain. Aquí es imposible no hablar de Artur.
Lo conocí entre los destellos de Cypherpunk Nightmare, aquel espacio digital y etéreo donde cada viernes, desde las diez de la noche hasta quién sabe qué hora de la madrugada, nos sumergíamos en conversaciones crípticas sobre el futuro. Entre risas, códigos y teorías de la descentralización, aprendí las bases de Web3. Allí también vi la transformación de Artur. Él venía de ser programador en Web2, pero esas noches junto a JJ Campuzano fueron su puerta a otra dimensión. Dejó atrás la estructura tradicional y saltó al vértigo de lo descentralizado.
Artur ya es parte de mi historia. Ha caminado las calles de Bogotá, se ha sentado en las mesas de Platohedro, ha sido cómplice de muchas ideas locas que terminan convertidas en proyectos tangibles. Nos hemos encontrado en Devcon Bogotá, ETH Argentina y ETH Cinco de Mayo. Siempre hackeando. Siempre ganando. Soy testigo de su metamorfosis: de programador a líder, de soñador a constructor.
Ahora, su proyecto Chipipay busca algo inmenso: acercar la tecnología Web3 a quienes nunca han tenido acceso a un banco. Cuarenta millones de personas, dice con convicción, como quien mira una montaña y sabe que la va a escalar. Lo dice sin titubeos, con esa certeza que solo tienen los que ya han cruzado el umbral.
Artur vive en un barrio de clima frío, entre cerros y calles que duermen temprano. Comparte sus días con su mamá y sus dos perros, trabajando desde casa o en alguna cafetería con buen café y WiFi estable. No todos en su entorno entienden lo que hace, pero saben que le hace feliz. Lo ven moverse en un mundo que parece de ciencia ficción, pero que es más real que nunca.
Este viaje termina aquí, en la Ciudad de México, entre bebidas, comida deliciosa y planes que aún no han sido escritos. En mayo de 2025, en el próximo ETH Cinco de Mayo, sé que nos volveremos a encontrar. Seguirán las conspiraciones, los hackeos, las madrugadas de código y el vértigo de estar construyendo algo más grande que nosotros.
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Alexander
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