Compartir, opinar y conectar está a solo un clic de distancia, las redes sociales se han convertido en una extensión casi inseparable de nuestra vida cotidiana. Durante los últimos años, el debate sobre la centralización y descentralización de estas plataformas ha ganado protagonismo, no sólo entre especialistas en tecnología, sino también entre usuarios comunes que comienzan a cuestionar el control, la privacidad y la dinámica de poder en el entorno digital.
En esta segunda parte del artículo, no pude evitar pensar como lo haría Carrie, sentada frente a su laptop, con una copa de Martini a medio terminar y el caos de la ciudad como música de fondo. Abordaremos los contrastes entre las redes sociales centralizadas y descentralizadas, pero sin caer en rivalidades innecesarias. Porque tal vez —solo tal vez— el problema no sea la red, sino lo que hacemos con ella.
—Carrie Bradshaw, escritora empedernida, observadora del comportamiento humano y amante de las preguntas sin respuesta fácil, seguramente no habría podido evitar notar cómo las redes sociales se han convertido en las nuevas calles de Manhattan—. Las redes, al igual que los zapatos, dicen mucho de nosotros.
Me encanta la palabra “coexistencia” porque, en mis años de escribir sobre relaciones, aprendí que en la vida no siempre se escoge entre A o B. A veces es un poco de “A” con una pizca de “B”. Las redes centralizadas no desaparecerán de un día para otro, así como tus viejos jeans favoritos jamás saldrán del todo de tu clóset. ¿Por qué pelear entre Instagram y Warpcast cuando podrían aprender la una de la otra? Imaginen una “collab” donde la rapidez de lo centralizado se encuentre con la transparencia de lo descentralizado. Sería el mejor “crossover” desde la última semana de la moda.
He escrito cientos de columnas sobre cómo decir las cosas en la vida real… y ahora, en redes sociales, se vuelve todo un desafío. Ya sea centralizado o descentralizado, nosotras somos quienes publicamos el contenido. Así como soy responsable de cada palabra que escribo para los artículos, la gente también debe asumir su responsabilidad y pensar en los riesgos de exponer la vida personal.
En las redes centralizadas, siempre está ese jefe (o algoritmo) que su vida personal es un desastre y se desahoga en el trabajo siendo autoritario y poco empático, jugando y decidiendo qué se muestra y qué no solo para satisfacer su patético ego. Pero en las descentralizadas, la comunidad es la que de una manera u otra “cura” el contenido, lo que se traduce a que deciden si gusta, suma o no valor lo que posteaste. ¿Listos para ese poder? Porque con la libertad viene la necesidad de autocontrol y empatía.
Ah, la salud mental… esa joya frágil que no debería depender de cuántos “me gusta” coleccionas en la noche del viernes. Tanto en redes centralizadas como descentralizadas, el problema de la sobreexposición existe. Las infinitas notificaciones pueden ser tan abrumadoras como intentar dar una fiesta de 600 invitados en un pequeño departamento.
Lo importante es el equilibrio, entender que la comparación constante no es algo que se solucione sólo cambiando de red social, o que “la vida perfecta” de tu ex-amiga de secundaria puede ser solo falsas apariencias. Eso lo arreglamos trabajando en nosotros mismos, offline. Al final del día, creo que prefiero volverme loca por un amor de verano, que perder la cabeza idealizando la nueva relación de mi ex en Facebook.
Ustedes se preguntarán: “Carrie, si las redes descentralizadas son tan maravillosas, ¿por qué no veo a mi tía subiendo fotos ahí?” La respuesta es simple: efecto red y comodidad. Las personas se conectan donde ya están sus familiares, sus amigos, su crush de la universidad, su ex al que le revisan el perfil de vez en cuando… y eso es difícil de migrar. Sin contar que las redes centralizadas han tenido años de ventaja y mucho presupuesto para hacerlo todo muy fácil: crear una cuenta es hacer clic en sign up, colocar tu correo más una contraseña y listo. En las redes descentralizadas no es muy diferente el proceso, es solo que aun no son tan populares, cuando Beyonce, Kim Kardashian o Kendrick Lamar tengan cuentas en Warpcast seguro el efecto dominó atraerá a muchos más usuarios.
Podríamos decir que, tal como a esos lindos zapatos con un tacón imposible, les falta comodidad. Cuando abres una billetera o intentas publicar algo en una dApp, no siempre es intuitivo. Y si algo he aprendido sobre la vida en la gran ciudad es que la gente ama lo práctico. Además, necesitan comunidades consolidadas, una interfaz amigable y atractiva, ya que solo finalmente queremos subir la foto del gatito o presumir la comida de la cena con nuestra cita el sábado por la noche.
“Educación, educación, educación” — me lo repito a mí misma cuando compro vestidos sin medir las consecuencias. Con las redes descentralizadas, es lo mismo: explicar cómo funcionan, por qué importan, y ayudar a la gente a dar sus primeros pasos. No se trata de un brinco radical; seamos buenos samaritanos y ayudemos creando guías cortas y sencillas, videos, tutoriales, y porque no, hasta incentivos (cualquier persona ama un buen incentivo, pregúntenle a mis lectoras que se quedaron por mis sorteos de bolso LV). Así, poco a poco, la curva de aprendizaje podría acortarse, como si bajáramos de un tacón de 15 cm a uno de 8 cm, mucho más soportable.
Si algo he aprendido de mi trayectoria es que aunque no nos demos cuenta, somos más que nuestras fotos de brunch o nuestros debates acalorados en un hilo. Sin embargo, no podemos negar que cada “@nombredeusuario” es nuestra carta de presentación digital.
Una noche, mientras me desplazaba por mi feed, entre fiestas interminables, selfies en Santorini o Los Hamptons y frases motivacionales cuidadosamente tipografiadas, no pude evitar pensar: Detrás del perfil perfecto, la identidad digital es ¿autorretrato sincero o collage con filtro?
Las redes sociales —ya sean centralizadas o descentralizadas— tienen una cosa en común: muestran lo que elegimos mostrar. Y, por lo general, lo que elegimos mostrar no es el llanto del domingo por la noche ni la discusión con tu pareja justo antes de esa foto sonriente. Mostramos el postre, no la dieta; la llegada, no el vuelo retrasado.
Detrás del “perfil perfecto” se esconde un collage. Una mezcla de recuerdos editados, momentos felices seleccionados como si fueran flores frescas para un jarrón que adornará nuestra sala digital. Pero ese collage, por más bello que sea, también puede ser un espejismo.
En estos días ser auténtico es tendencia pero la vulnerabilidad sigue siendo un riesgo, ¿cuánto de lo que mostramos en realidad somos? La respuesta no es relativa ni ambigua, está en tu teléfono o en tu laptop, solo basta con que observes tu perfil y te des cuenta de tu realidad virtual.
¿Estamos listos para asumir esa independencia digital? Tal vez, como aprender a andar en tacones, necesitamos práctica, paciencia y un buen espejo para vernos desde todos los ángulos. Porque al final, tú decides si te arriesgas a bailar con estos nuevos protocolos o prefieres quedarte en la fiesta de siempre. Yo, por mi parte, ya tengo mi nuevo outfit y estoy lista para dar el siguiente paso.
De esta forma, —con un café en una mano y una crisis existencial sobre la vida digital en la otra, en lugar de declarar un bando ganador, los invito a que prueben, experimenten y hasta promocionen la convivencia de ambos sistemas. ¡Y ahí está la esencia: que cada quien descubra qué tipo de redes se adapta mejor a sus necesidades y valores digitales.
Porque en un mundo donde todo se comparte, se etiqueta y se monetiza, tener el control de lo que somos —en línea y fuera de línea— ya no es un lujo… es una necesidad. ¡Nos seguimos leyendo donde sea que esté la siguiente historia!
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No olvides leer: ¿Un día dejaré de ser el producto? La soberanía de controlar tu identidad digital - Parte 1
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Mary López Paiva⚡️☕️
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