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En las tierras altas de Perú yace un universo en sí mismo, por encima y alejado de la vida contemporánea tal como la conocemos. Las tradiciones y prácticas culturales aquí permanecen en gran medida sin cambios. Esto no es necesariamente por elección, sino por las exigencias del entorno natural y la influencia de siglos del Imperio Inca. La resistencia involuntaria a la vida moderna y la fuerte conexión de la gente con su pasado inca fue profundamente inspiradora de presenciar y de sentir.
Galería completa de fotos disponible aquí.
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Este año ha sido particularmente difícil para mí. La pérdida de mi papá a principios del año ha hecho que la vida se sienta más complicada de lo normal. El tiempo ha pasado rápidamente y la motivación para hacer cosas ha sido muy baja; vivir un duelo pesa. Sin embargo, he intentado seguir construyendo recuerdos memorables de los que mi padre estaría orgulloso, honrando sus enseñanzas y su gran apoyo en mi carrera ciclista. Siempre me ha dado un poco de vergüenza compartir mi vida, pero mi papá siempre me alentó a compartir mis fotos y mis historias, me decía que le inspiraba. Esta aventura en Perú, y las que vendrán, son en su memoria.
Yo quería conocer Perú desde hace 12 años, específicamente la region de Cusco. No sé exactamente por qué quería conocerle exactamente, sus montañas me llamaban mucho la atención. Me parecía interesante que se encontrara tan alto y su historia Inca. Así que cuando le mencioné a mi pareja, Cooper, sobre una carrera de ultradistancia por allá, unimos fuerzas para competir como dupla y por fin cumplir mi sueño de conocer los Andes Peruanos.
Esta colección de fotos es un intento por compartir un poco más de la forma en la que más me gusta procesar mis recuerdos. Aunque la fotografía analógica se ha vuelto muy cara y el proceso es tardado y costoso, me gusta usarla para recuerdos especiales. Esta técnica me ayuda a reflexionar más sobre lo que quiero fotografiar y pensar más en el por qué, para no desperdiciar ninguna foto. Además, durante el proceso de selección, edición y corrección, encuentro cosas nuevas en mis fotos. Es un proceso que llena mucho mi alma.
Ahora bien, sobre el viaje, casi no ocurre por un descuido: no me di cuenta de que mi pasaporte caducaba dos días antes de los seis meses de vigencia requeridos para mi vuelo de regreso. Suena complejo, ¿cierto? Como mi itinerario estaba con la misma aerolínea, sucedió lo peor: no me dejaron abordar el avión. Me sentí la persona más tonta del mundo, pero decidí agotar todas las opciones para ir a Perú. ¿Qué hice? Tuve que viajar a otro estado para obtener una cita inmediata al día siguiente y renovar mi pasaporte con urgencia. Llamé a las aerolíneas que iba a utilizar para ver si podían cambiar la fecha de mi vuelo a menor costo. Fueron llamadas interminables, mucho llorar, y solo la aerolínea local me cambió el itinerario sin costo.
Obtener el pasaporte fue una experiencia horrible y tardada; tuve que viajar a Puebla varias veces y eso me destrozó emocionalmente. A pesar de que casi se arruina el viaje por mi descuido, me sorprendió mi capacidad para resolver la situación. Aunque llorando y cansada, agoté todas las posibilidades para lograrlo. No valía la pena lamentarme por mis errores, solo quedaba seguir intentando. Es de esos momentos en los que te preguntas: ¿Cuánto deseas realmente que esto suceda?
Decidí aferrarme y, afortunadamente, días después de trámites horrendos, pude conseguir mi pasaporte y volamos a Perú cuatro días después de lo planeado. Después de un vuelo a Bogotá, Colombia, luego a Lima, Perú, y finalmente a Cusco, mi alma estaba en paz pero mi cuerpo muy cansado.
Ese primer día en Cusco lo recuerdo bien. Después de 20 horas de viaje, andábamos en modo zombie por el centro de Cusco, buscando un centro de cambio para cambiar pesos por soles. Nos encontramos con un desfile lleno de color y personas con vestidos tradicionales. Era un desfile previo a la celebración tradicional del Inti Raymi, o Fiesta del Sol, una de las festividades más importantes realizadas en el Imperio Inca. Vimos comunidades indígenas de las 13 regiones de Cusco desfilando por todo el centro. Fue muy hermoso e inspirador ver a las comunidades desfilando con tan hermosos trajes, orgullosas de su herencia. Es una pena que no pudimos estar mucho tiempo ahí porque nos moríamos de sueño.
Al día siguiente, después de dormir otras 20 horas, armamos las bicis y rodamos un rato por los alrededores de Cusco para acostumbrarnos un poco a la altura. Más tarde nos vimos con el organizador de la carrera para recoger nuestro kit de carrera y resolver dudas sobre la ruta. No nos sentíamos listos para lo que seguía pero ya estabámos ahí, así que solo quedaba intentarlo.
Y así comenzó la travesía, con cansancio, mal de altura y un ritmo particularmente lento. Me sentía agripada debido al estrés previo al viaje, y peor aún, me llegó el periodo un día antes de la carrera, dejándome inflamada y con dolor. También noté que no podía usar todos mis cambios porque seguramente se dobló el hanger de mi bicicleta en todo el proceso de transportación. Además, nos dimos cuenta de que llevábamos muchas más cosas en comparación con los otros participantes. A veces me preguntaba "¿Por qué estoy haciendo esto?", pero trataba de calmar mi mente y enfocarme solo en mi rueda delantera.
Rompí mi luz delantera en plena oscuridad; el soporte de plástico en el que la monté era muy endeble y la luz demasiado pesada. Al pasar bruscamente por un tope, salió volando. Me detuve para buscarla y, mientras lo hacía, todos los competidores me pasaron. La moral estaba baja, pero decidí seguir a mi propio ritmo.
Pedaleamos un rato en la oscuridad. Cooper me prestó una luz pequeña que tenía, y mientras entrábamos al Valle Sagrado, el amanecer reveló vistas impresionantes: capas y capas de montañas iluminadas por el primer rayo de sol, un espectáculo de texturas y colores.
Llegamos a Ollantaytambo, una preciosa ciudad inca con mucha historia, aunque bastante turística. Allí empezó a hacer calor, así que paramos por un café y para quitarnos algunas capas de ropa. Cruzamos la ciudad y seguimos un sendero que conectaba con una carretera. Desde allí pudimos contemplar a la distancia nuestra primera subida difícil: Abra Málaga.
Tomamos un café mientras nos sellaban los manifiestos. El organizador de la carrera nos preguntó varias veces si queríamos continuar, a lo que respondimos que sí. Él se fue para seguir a la punta de la carrera y nosotros emprendimos el descenso más largo de la vida. Descendimos al atardecer, disfrutando de un hermoso espectáculo de luces que iluminaban las montañas y permitían apreciar cada forma y rugosidad.
Abra Málaga tiene una elevación máxima de 4,400 msnm, y sin tiempo para aclimatarnos, se sintió especialmente difícil. Nos tardamos mucho, pero como habíamos acordado, íbamos a nuestro ritmo. En la subida vimos muchas ruinas incas y comenzamos a ver a mi animal favorito: alpacas pastando en la montaña, lo que nos animó bastante. Después de varias horas, llegamos al CP1 en la cima de Abra Málaga.
Cuando terminamos de descender, ya era de noche y llovió un poco, mojándonos. Pasamos del frío extremo al calor tropical, muy cerca de Machu Picchu. Estaba muy cansada y, con más de 300 kilómetros por recorrer, decidimos parar en Quillabamba, una ciudad a 290 kilómetros, para descansar un poco.
Al día siguiente, enfrentamos la subida más larga y agotadora en la selva, siguiendo el río. Hacía un calor insoportable, incluso antes de que saliera el sol. La carretera era tan estrecha que los coches tocaban el claxon en las curvas para avisar su paso. Nos adelantaron camiones enormes, lo que me hizo dar cuenta de la seriedad de lo que estábamos haciendo. Teníamos que estar muy atentos, un paso en falso y podríamos caer por un acantilado.
Nos tomó casi todo el día llegar a Quebrada Honda, donde paramos a comer en un restaurante. Dormimos un par de horas en un hotel y salimos de madrugada hacia Lares, ya que nos esperaban dos puertos de montaña seguidos, ambos a 4500 msnm. Estaba muy cansada de subir con mi bicicleta pesada, y pensé en formas de regresar a Cusco. Existía una opción al subir por Abra Lares, podríamos acortar el camino y dejar de subir finalmente.
Salimos hacia Lares muy temprano. Cruzamos muchos arroyos en la oscuridad, lo que me traumatizó. Solo recuerdo la selva que se transformaba en bosque mientras subíamos. Mi mente se quedó en blanco; no quería hablar, solo seguir.
El camino se puso hermoso, con una vista a un río que me calmaba. Llegamos a Lares al atardecer y nos sentamos en un restaurante para planear nuestra estrategia. Lares era el CP2, pero la persona que sellaba el manifiesto no estaba, así que tuvimos que llamarla.
Decidimos quedarnos en un hotel ya que tenía mucha tos para continuar subiendo al Abra Lares y Abra Amparaes. Después de descansar, salimos temprano para enfrentar Abra Lares, con la esperanza de que mis ganas de seguir fueran suficientes. Abra Lares estaba precioso, con sus alpacas y pequeñas casas de piedra junto al camino. Me aferré a rodar más y escalar el siguiente paso de montaña a 4500 msnm: Abra Amparaes.
Subiendo Abra Amparaes me sentí como si estuviera borracha, era el paso de montaña más alto de toda la carrera y de toda mi carrera como ciclista. Todo se movía en cámara lenta, no podía ir más rápido. Las vistas, el viento y los colores eran de otro planeta. No sé cuánto tiempo me tomó llegar a la cima, pero fue mucho. Me entretuve contando alpacas, que me miraban con sorpresa y luego huían. Descendimos un par de horas y paramos en el primer poblado que encontramos para comer y descansar. Una señora muy agradable nos recibió en su casa/restaurante y nos preparó unos sándwiches de pollo. Comida hecha con amor, es lo que necesitaba en ese momento de cansancio.
El tramo final fue el más emocionante de la carrera, ya que incluía más caminos de grava que carreteras deterioradas por el tiempo. Seguimos otro río para ascender el último paso de montaña, cuyo nombre no recuerdo. Las vistas durante el descenso eran espectaculares, pero Cooper rasgó su llanta, y nos detuvimos un buen rato para repararla. Ahí me di cuenta de que mi cámara no funcionaba; el rollo estaba atorado y, sin querer, abrí la caja y velé parte de la película. Me quedé sin cámara hasta que regresamos a Cusco. Me sentí muy triste, pero seguí tomando fotos con mi celular. No iba a ser lo mismo, pero ni modo, son cosas que pasan.
Después de ese descenso, todo se vuelve borroso en mi mente. Estaba harta de subir y bajar, pero el camino de grava junto al río, pasando por poblados remotos, era hermoso. El cansancio pesaba, pero no había opción de abandonar. Solo quedaba seguir la ruta, pensar menos en el dolor y disfrutar del privilegio que tenía al poder dedicar días enteros para rodar.
Cuando finalmente regresamos al Valle Sagrado, me invadió una inmensa felicidad. Nos detuvimos en una curva para contemplar la última vista del valle, con las ruinas de Pisac en la distancia. Nos felicitamos, lloramos y nos abrazamos; lo habíamos logrado. Lo peor ya había quedado atrás. El viaje nos enseñó que algunas cosas toman más tiempo del que esperamos. Tu ritmo es el mejor ritmo.
Llegamos por una zona muy turística de Cusco, pasando por Saqsaywaman, un templo ceremonial en las afueras de la ciudad. Al ser sábado, Cusco estaba lleno de tráfico y turistas, haciendo nuestra entrada caótica. Sentí que cualquier descuido podría resultar en un accidente.
Al entrar a la ciudad, nos reunimos con el organizador de la carrera, quien quería hablar con nosotros. Aunque no tenía mucho ánimo, fuimos a verlo. Recibimos buenas noticias: algunas personas habían abandonado la carrera, así que, aunque fuimos los últimos en terminar, logramos obtener el segundo lugar en la categoría de duplas.
Después de una breve conversación con el organizador, dimos una vuelta de la victoria por el centro de Cusco y luego nos dirigimos a nuestro alojamiento. Estábamos exhaustos, sin ganas de comer, solo queríamos dormir. Y eso hicimos, dormimos días.
Permanecimos un par de días más disfrutando de Cusco, del centro y de las vistas de las montañas. Luego nos dirigimos al poblado de Maras y nos quedamos en una villa autosustentable que habíamos contactado meses atrás. Maras es conocido por sus minas de sal y por estar en un altiplano con impresionantes vistas de las montañas, especialmente del Chicón.
Los días en Maras pasaron lentamente. Caminábamos mucho y apenas veíamos gente; el pueblo parecía congelado en el tiempo. La tranquilidad que emanaba me encantaba. A veces veíamos pasar algunas furgonetas con turistas que solo iban al único restaurante abierto y se iban. Intentamos hacer cosas locales en Maras, pero la verdad es que no había muchas opciones, así que lo mejor que pudimos hacer fue explorar a pie.
No queríamos irnos. La paz que encontramos en nuestros últimos días en Perú fue un gran regalo. La energía de las montañas es innegable; entiendo por qué son consideradas sagradas. Volveremos.
Puedes consultar la ruta de la carrera aquí. Ojo, ten paciencia que el archivo es muy grande.
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Poli Berber