Las redes sociales se han convertido en uno de nuestros espacios de entretenimiento favorito, me atrevo a decir que hasta desplazando el ver tv o series ¿Te ha pasado que quizá entras a “buscar o consultar” algo puntual y literalmente pierdes la noción del tiempo haciendo scroll infinito? De seguro en muchas ocasiones curiosamente la razón por la que entraste se te olvida. Eso es producto de la sobreestimulación a la que nos exponemos.
Un vistazo rápido a la historia del internet nos muestra que hemos recorrido un largo camino desde aquellas primeras conexiones lentas y foros en blanco y negro hasta los miles de millones de usuarios que somos hoy. El www evolucionó, y junto a él surgieron nuevas formas de interacción: de los chats y foros de antaño a las redes sociales, que hoy son tan parte de nuestro día a día como lo es el café de la mañana. Estas plataformas no son más que la versión evolucionada de la gran idea original de la red: conectar personas, ideas y culturas en un solo punto, pero con herramientas cada vez más sofisticadas.
Una vez pensando en las redes sociales me imaginé un escenario tipo sitcom donde en lugar de debatir una teoría física, las vivencias o esas historias de amor de ese grupo de amig@s, los protagonistas chismean sobre nuestra identidad digital y la manera en que al final muchas veces y sin darnos cuenta, nos convertimos en el “producto” de las plataformas en las que navegamos. Esas situaciones —ya sabes, esas que mezclan emoción y un leve caos que te mantiene pegado al sillón
De esa idea nace este artículo: tomar algo tan cotidiano como postear una foto o un video en redes y verlo bajo una perspectiva un poco más profunda, preguntándonos qué ocurre con nuestra información, nuestro “yo virtual”. y cómo podríamos tomar el control de nuestros datos personales. Te invito a disfrutar de esta lectura, donde abordaré desde cómo pasamos de ser simples consumidores en el algoritmo de turno a usuarios soberanos de nuestra identidad digital.
Para ello, voy a crear una escena hipotética donde la icónica Carrie Bradshaw, escritora de la columna “Sex and the City” para el diario The New York Star, nos trae esta semana el artículo ¿Un día dejaré de ser el producto? La soberanía de controlar tu identidad digital.
Nunca imaginé que mi aventura como escritora —comenzando en viejos periódicos de tinta y papel— me traería hasta aquí, a la era digital. Recuerdo mis primeros blogs, cuando la palabra “online” era un susurro curioso en cafés llenos de aspirantes a bohemios. Poco a poco, como aquella fashion trend que surge tímida y de pronto invade la ciudad entera, llegaron las redes sociales. Las vi nacer, crecer y, a veces, asustarnos con su poder de viralización.
Ahora, con mis tacones bien puestos y un café en mano, estoy preparada para hablarles de un nuevo escenario: redes sociales centralizadas y descentralizadas. Así que tomen asiento, ajusta el volumen de tu playlist de lectura favorita en Spotify y pasemos a la historia de este romance apasionado (y a ratos caótico) entre nosotros y la tecnología.
Hace no tanto, a finales de los 90’s, cuando empecé con mi columna sólo necesitaba correos de lectoras fieles. No existía este mar de términos y condiciones que aceptamos cada vez que queremos ver videos de gatitos. Hoy, las redes sociales centralizadas recopilan datos de forma tan poderosa que me hace sentir como cuando compré aquellos zapatos sin darme cuenta de su precio exorbitante hasta que llegó a mi tarjeta de crédito.
¿El problema? Nos ha acostumbrado a ver anuncios hipersegmentados, correos plagados de ofertas y hasta aplicaciones que rastrean nuestros pasos. ¿La razón? Esas plataformas, en su búsqueda de monetizar sus servicios, recopilan grandes volúmenes de datos personales. Ellas nos ofrecen conexiones “gratuitas”, pero todo tiene un precio: nuestra privacidad, nuestro historial de clics y, casi, nuestros sueños más íntimos.
¿Es un precio “justo” por el uso “gratuito”? —la verdad no estoy de acuerdo, sin embargo en este punto entran en conflicto 2 factores importantes: por un lado esa confianza que deposita un usuario en una plataforma siento que no es correspondida debido al abuso en el manejo de la información personal. Tengo un ejemplo perfecto para esto: he recibido mensajes de texto de promociones de tiendas en donde nunca he entrado, ¿de dónde obtuvieron mi número?
Por otro lado, ahora cambiemos los tacones y usamos el de estas grandes empresas que dirían “mi negocio para ti es gratuito, ¿qué te cuesta compartir un par de datos que al final del día usamos para optimizar tu feed para que solo veas lo que más te gusta?”
¿Nos detenemos a leer las políticas de privacidad antes de aceptar? Seré sincera, —yo no los leo. Por los momentos creo que solo podemos esperar llegar a un acuerdo “amigable” como si fueran los términos luego de un divorcio.
Siempre pensé que lo complicado era el amor. Pero últimamente, empiezo a creer que lo realmente enredado es… el internet. Ese lugar donde compartimos selfies, pensamientos fugaces y, a veces, hasta cuando nos rompen el corazón. Pero, ¿qué pasa cuando el algoritmo sabe más de ti que tu mejor amiga?
Fue entonces cuando oí hablar de algo llamado 'redes sociales descentralizadas'. No todo es suela rota y facturas pendientes, queridas y queridos. Al otro lado de la pasarela tecnológica, están estas redes. Imaginen la escena: sin un gran empresario al mando, sin un “Mr. Big de los datos” que te persiga con anuncios de tus deseos secretos. En vez de eso, hay un ecosistema donde cada usuario tiene más control.
A diferencia de las plataformas tradicionales —esas que funcionan como exnovios tóxicos: posesivos, impredecibles y obsesionados con tus movimientos— las redes descentralizadas no tienen un solo dueño, ni una oficina con trajes caros decidiendo qué es tendencia y qué no. Son más bien como una relación abierta bien gestionada: cada quien con su espacio, su poder y su voz. Sin jefes, sin algoritmos asfixiantes, sin censura selectiva. Solo tú, tu contenido… y la libertad de decidir cómo compartirlo.
Una tarde cualquiera, mientras sorbía mi cappuccino y veía cómo el algoritmo me mostraba por quinta vez la foto del brunch de alguien que ni siquiera sigo, me hice una pregunta que no podía ignorar: ¿Y si nuestras relaciones digitales fueran tan libres como las decisiones propias? ¿Y si los "follows" no fueran propiedad de una plataforma, sino de nosotros mismos?
Fue entonces cuando aparecieron ante mí cuatro nombres que no eran pretendientes en una app de citas, sino algo mucho más interesante: Lens, Farcaster, Hive y EFP (Ethereum Follow Protocol). No se trataba de nuevas redes sociales con filtros bonitos, sino de protocolos descentralizados, diseñados para replantear cómo nos conectamos, compartimos y construimos comunidad en la era digital.
A diferencia de las redes tradicionales —esas que monetizan tus datos mientras tú solo obtienes likes— estos protocolos comparten un principio simple pero poderoso: el usuario es dueño de su contenido, su perfil y sus relaciones.
Tu identidad digital ya no está atada a una empresa, sino a tu wallet o a un NFT que representa tu perfil.
Tus publicaciones y seguidores no desaparecen si decides cambiar de aplicación, porque el grafo social está en la blockchain.
Y nadie puede censurarte o quitarte tu comunidad solo porque no encajas en el molde algorítmico del día.
En otras palabras, por primera vez se hace realidad que tu presencia online te pertenece realmente a ti.
Lens Protocol es el más elegante y sofisticado del grupo.
Construido sobre Polygon y recientemente migrado a su propia red (Lens Chain) funciona como un sistema modular donde cada acción social (seguimiento, publicación, comentario, colección) es representada por un NFT. Esto no solo te da propiedad real sobre lo que compartes, sino que también te permite monetizar directamente tus contenidos. ¿Quieres que tus publicaciones sean coleccionables? ¿Cobrar por contenido premium? Con Lens, puedes hacerlo sin depender de anuncios ni intermediarios.
Farcaster, en cambio, es más pragmático.
Basado en Ethereum, combina identidad on-chain con almacenamiento off-chain a través de “hubs” descentralizados. ¿El resultado? Una red más liviana, más escalable y menos costosa a nivel técnico. Su aplicación más conocida, Warpcast, se siente como un Twitter con ADN Web3: minimalista, rápido, libre.
Hive es el más clásico, pero no por eso menos poderoso.
Nacido como una blockchain independiente y completamente on-chain, en Hive cada interacción se registra de forma permanente y transparente. Es un ecosistema completo con su propio sistema de recompensas, donde los usuarios ganan tokens por crear, votar y comentar contenido. Aquí, la monetización no es un extra: es parte estructural del protocolo. Hive tiene aplicaciones como PeakD o Ecency, enfocadas en blogs, comunidades y contenido temático. Es ideal para quienes buscan una red social donde el valor se construye con participación, no con anuncios.
Y finalmente, está EFP (Ethereum Follow Protocol), el más discreto y técnico del grupo.
No es una red social, sino una infraestructura de grafo social: una capa de seguimiento descentralizado que puede integrarse a otras aplicaciones. Piensa en él como el esqueleto que permite crear relaciones sociales sobre Ethereum sin tener que diseñar un sistema completo desde cero. No tiene una interfaz propia ni genera contenido, pero es la base perfecta para construir nuevas dApps sociales más abiertas y conectadas.
¿Qué ocurre con nuestra información, nuestro “yo virtual”?
Quizás está atrapado en los servidores de alguien más, intercambiado por clics y anuncios, moldeado por algoritmos que deciden quiénes somos antes de que podamos decidirlo?nosotras mismas.
¿Y cómo podríamos tomar el control de nuestros datos personales?
Tal vez no sea con más contraseñas ni más términos y condiciones. Tal vez la respuesta esté en algo mucho más simple —y más humano— recuperar nuestra identidad digital desde la raíz.
Porque quizás el nuevo acto de amor propio no sea enamorarse… sino descentralizar nuestras relaciones digitales.
Esta historia continuará…
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Mary López Paiva⚡️☕️
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