Claudia tenía 28 años, vivía en Puebla y cursaba el último semestre de su maestría en Ciencias Sociales. Después de dos años de investigaciones, entrevistas a profundidad y largas madrugadas frente a su computadora, solo le quedaba un paso: redactar su tesis.
En medio de la presión por cumplir con la fecha de entrega, una amiga le recomendó usar una herramienta de IA para ayudarle a organizar ideas y redactar borradores. “Te ahorra tiempo, es como tener un asistente sin sueldo”, le dijo. Sin pensarlo mucho, Claudia comenzó a usarla.
Al principio fue liberador. Le dictaba sus ideas a la IA, que las convertía en párrafos coherentes y bien estructurados. La herramienta incluso sugería títulos, hipótesis, y hasta le proporcionaba citas “académicas”. Claudia solo tenía que revisar, ajustar un poco, y continuar.
Pero algo comenzó a incomodarla.
Un día, mientras leía su tercer capítulo, se dio cuenta de que no reconocía su voz. “¿Esto lo pensé yo… o la IA lo inventó?”, se preguntó. Las palabras estaban bien puestas, pero vacías. No eran suyas. Había perdido la esencia reflexiva que caracteriza a la investigación cualitativa. Lo que antes era una construcción crítica, ahora parecía un ensayo sin alma.
Se detuvo. Cerró el documento. Apagó la pantalla.
Durante días dudó. ¿Debía rehacer todo desde cero? ¿Cómo justificar su decisión si nadie sabría que lo escribió con ayuda de una IA? ¿Valía más la autenticidad o la eficiencia?
Después de pensarlo mucho, volvió al primer capítulo. Esta vez, solo usó la IA para organizar fragmentos de entrevistas. La interpretación, la voz narrativa y los argumentos saldrían de ella. “Si mi tesis habla sobre sujetos, voces y resistencias… no puedo permitirme silenciar la mía”, escribió en su diario.
Finalmente entregó su trabajo. No era perfecto, pero era suyo.
Durante la defensa, uno de los sinodales le preguntó si había usado alguna tecnología para redactar. Claudia respiró hondo y respondió con firmeza:—Sí, pero decidí usarla como herramienta, no como autor. Mi voz está presente en cada línea.
No se trata de decir “sí” o “no” a la Inteligencia Artificial. Se trata de preguntarnos: ¿cuál es el límite entre la ayuda y la sustitución? Claudia no solo terminó su tesis, sino que aprendió a defender su identidad en un mundo donde la automatización amenaza con borrar lo más humano: la duda, la elección y la voz propia.
Para más información:
https://www.frexus.dev/post/la-inteligencia-artificial-en-la-investigacion-fundamentada/

Frexus
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