Don Ernesto tiene 62 años. Vende fruta desde hace décadas en un mercado popular de una ciudad intermedia en América Latina. No tiene correo electrónico. Nunca ha hecho una compra en línea. Pero sí tiene un teléfono Android de gama media, el que le regaló su hija hace dos años. En él, lleva su vida: sus contactos, sus mensajes... y desde hace poco, su inventario.
Hasta hace unos meses, Don Ernesto escribía sus ventas en una libreta vieja, junto al cajón de limones. Pero tras un robo inesperado, todo cambió.
Una noche de marzo, Don Ernesto cerró su puesto como siempre. Todo parecía normal. Pero al llegar al día siguiente, su mesa de frutas estaba vacía. Se la habían llevado. Todo.
“Me senté en la banqueta… y lloré”, recuerda. No tanto por las piñas o los aguacates, sino por la libreta. Ahí estaban sus cuentas por cobrar, los nombres de clientes que aún le debían, los costos de reposición, los productos que debía volver a traer. Su memoria no era suficiente.
Ese día, Don Ernesto pensó en dejar el puesto. No tenía cómo recuperarse.
Fue su hija, Sofía, quien le propuso usar una app. Pero no una app en la nube. Le instaló una aplicación que había aprendido a hacer en un taller comunitario: una sencilla app de inventario local. No requería internet. Guardaba todo en la memoria del teléfono. Usaba SQLite, aunque Ernesto nunca oyó ese término.
“Cada vez que vendes, solo lo apuntas ahí, como en la libreta”, le dijo Sofía. “Pero si alguien te roba, lo tienes todo guardado”.
Don Ernesto aprendió a usarla en una tarde.
Con la app en su celular, Ernesto empezó de nuevo. Le prestaron fruta, le fiaron un par de cajas. Esta vez, cada movimiento lo registraba. Nombre, precio, cliente, deuda. Ya no olvidaba nada. Y cada vez que apagaba el teléfono, sabía que su información estaba ahí. No necesitaba señal. No dependía de nadie.
“No pensé que yo pudiera usar eso. Pero ahora ya es parte de mi puesto”, dice sonriendo.
El caso de Don Ernesto no es único. En muchas comunidades, el acceso a la nube es intermitente, inseguro o simplemente inexistente. Pero eso no significa que no puedan beneficiarse de la tecnología. El modelado de datos locales —a través de objetos simples y bases como SQLite— puede ser una respuesta poderosa cuando lo digital debe funcionar sin condiciones ideales.
No todo necesita estar en línea. A veces, la solución más resiliente es la más cercana al bolsillo del usuario.
Don Ernesto no se volvió millonario. Sigue vendiendo fruta. Pero cada vez que abre su app y ve su inventario, sonríe. Porque ya no depende de la memoria, ni de una hoja de papel que el viento o un ladrón puedan llevarse. Depende de sí mismo, y de una tecnología que por fin lo considera.
A veces, guardar bien los datos… es la forma más humilde y hermosa de preservar la dignidad.
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