Sofía caminaba rápido por el pasillo gris del edificio administrativo. Sus tacones resonaban como un metrónomo de ansiedad. Era su primer gran encargo como analista de sistemas: liderar la etapa inicial para un nuevo software de gestión de recursos humanos. Un proyecto para el que, al parecer, nadie tenía del todo claro qué se necesitaba.
Todo empezó con un correo confuso de parte de la gerencia: “Necesitamos un sistema para mejorar el control de entradas y salidas del personal. Evalúen lo posible.” Ese era el punto de partida. Ningún objetivo claro, múltiples solicitudes no oficiales, y la sensación permanente de estar en una niebla densa.
Durante la primera semana, Sofía se sumergió en la investigación preliminar. Leyó reportes, entrevistó empleados, y revisó los sistemas actuales. Pronto entendió que las "fuentes de solicitud" eran diversas y a veces conflictivas: los directivos querían eficiencia; el área de TI pedía seguridad; el personal deseaba algo simple.Era como armar un rompecabezas sin saber cuántas piezas faltaban.
Su método de selección inicial se centró en evaluar sistemas similares en otras empresas. Armó una tabla de pros y contras. Pero cada vez que mostraba avances, surgían nuevas ideas que cambiaban el enfoque. La administración del desarrollo se convirtió en un reto más político que técnico. Se preguntó, más de una vez, si había elegido mal su carrera.
Una tarde lluviosa, después de que uno de los jefes dijera que “no veía nada concreto todavía”, Sofía sintió que colapsaría. Llamó a su antiguo profesor de sistemas. “Sofía,” le dijo él con tono sereno, “todo sistema nace con una lucha entre lo ideal y lo posible. Tu tarea no es complacer, sino clarificar.”
Inspirada, cambió su enfoque. Redefinió los objetivos iniciales del sistema en función de las necesidades reales y priorizadas. Clasificó las fuentes de solicitud y documentó con evidencia. Usó entrevistas estructuradas como método de recolección de datos, y elaboró una matriz de factibilidad: técnica, económica y operativa.
La siguiente reunión fue distinta. Mostró un informe claro, con rutas posibles, beneficios y riesgos. Por primera vez, todos vieron el mismo mapa.
El sistema aún no estaba desarrollado, pero había nacido.Sofía aprendió que la etapa más subestimada —la preliminar— es en realidad donde se define el alma del proyecto. Porque más allá del código, un sistema empieza por entender la complejidad humana que lo origina.
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