En la vida, como en las matemáticas, todo cambio parece más complicado de lo que realmente es. Hasta que alguien nos enseña a "convertir la base". Este no es solo un concepto técnico; para Ernesto, estudiante de ingeniería en sistemas, fue una metáfora de vida. Aquel semestre que parecía el peor de todos terminó enseñándole algo que ningún profesor había explicado del todo… hasta que llegó el momento de caer, levantarse y transformar su sistema interno, como quien cambia de base decimal a binaria.
Ernesto tenía 21 años y una rutina perfectamente estructurada: despertaba a las 6 a.m., asistía a clases, programaba, hacía tareas y se dormía tarde. Su vida era una cadena lógica de pasos que debía cumplir para cumplir “su propósito”: graduarse con honores. Hasta que una llamada rompió la secuencia.
Su madre había enfermado gravemente y requería atención constante. Ernesto tuvo que dejar la ciudad universitaria y volver al pueblo. El problema no fue solo familiar, sino también académico: perdió el ritmo de sus materias, entre ellas la temida "Fundamentos de la Computación". Cuando regresó al campus tres semanas después, estaba emocionalmente agotado y académicamente rezagado.
Una tarde, frente a un ejercicio aparentemente sencillo —convertir un número en base 10 a base 2—, se quedó en blanco. ¿Por qué esto me bloquea tanto si antes era fácil? Se sintió inútil, frustrado… y por primera vez pensó en abandonar.
En una tutoría informal, su compañera Sandra se sentó a su lado. Le mostró cómo transformar el número 202 a base 2. “Solo hay que dividir entre la base y guardar los residuos, Ernesto. Es como ir descomponiendo lo que parece grande en partes pequeñas, manejables. ¿Ves?”
No solo lo vio. Lo sintió.
Era eso. Lo que vivía no era un colapso, era una conversión. Necesitaba aprender a traducir su dolor, sus responsabilidades, su nueva vida… a otro sistema. Un sistema que no se basaba en la perfección, sino en adaptación. Como pasar de base 10 a base 2, o de una base r a una base s: diferente lógica, mismo valor profundo.
Ernesto comenzó a estudiar de nuevo, no para cumplir, sino para comprender. Entendió cómo cualquier número en base r puede convertirse a base s descomponiéndolo en su equivalente decimal y luego reconstruyéndolo. Esa misma idea la aplicó a su vida: descomponer sus emociones, sus planes frustrados, sus tiempos rotos… y reconstruirse en una nueva “base” de prioridades.
El examen final fue más que una prueba académica. Fue una metáfora completa. Convirtió bases, entendió estructuras, y aprobó. Pero más que eso, aceptó su nueva realidad, entendió su valor y redefinió su propósito.
Ernesto ya no busca una vida perfecta. Busca una vida convertida, comprendida desde distintas perspectivas. Como los números que, sin importar en qué base estén, mantienen su valor esencial. Aprendió que convertirse no es negarse, sino traducirse. Y que en la vida —como en la informática— lo importante no es la base desde donde partes, sino la lógica con la que decides transformarte.
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Frexus
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