
Alma Ortega, ingeniera mexicana de 34 años, no creía en las casualidades. Pero ese martes de otoño, su bandeja de entrada le trajo algo que cambiaría su vida: una invitación para liderar el proyecto experimental de computación cuántica más ambicioso de la década en Helsinki.
Venía de una infancia humilde en Oaxaca, donde aprendió a programar en una vieja laptop donada por su escuela. Su pasión la llevó hasta Finlandia, donde la nieve y el silicio eran parte del paisaje. Pero esta vez, la propuesta era diferente: no solo era una oportunidad profesional… era una decisión ética.
El proyecto, llamado NOVA, permitiría simular escenarios climáticos futuros con una precisión nunca antes vista. La tecnología cuántica, combinada con IA, podría predecir eventos con décadas de anticipación. El equipo decía que era para salvar el planeta. Pero Alma descubrió algo más.
En una reunión confidencial, escuchó a los inversionistas discutir cómo usar NOVA para manipular mercados financieros y fortalecer el control gubernamental. Lo que parecía una herramienta de progreso, podía convertirse en un arma.
La presión creció. Si hablaba, perdería todo. Si callaba, sería cómplice. ¿Cuál era el verdadero futuro de la computación? ¿Uno donde la humanidad lidera… o donde es liderada?
Una madrugada helada, Alma decidió. Escribió un informe técnico detallado sobre los riesgos del sistema y lo filtró a una red de científicos éticos. Sabía que eso terminaría su carrera en la empresa, pero también sabía que el silencio era más peligroso.
La reacción fue inmediata. La comunidad científica exigió transparencia. El proyecto fue suspendido, auditado y reorientado hacia el bien común. Alma fue invitada a abrir un centro de ética computacional en México.
Hoy, Alma no dirige un laboratorio lleno de supercomputadoras. Dirige conversaciones. Viaja por el mundo hablando del futuro que merecemos: uno donde la computación no sustituya la conciencia humana, sino la expanda.
En sus palabras:
“La computación del futuro no solo se mide en potencia, sino en propósito. Podemos calcularlo todo… pero nunca debemos olvidar para qué.”
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