Nadia tenía 17 años y sentía que todo en su último año de preparatoria se le venía encima. A pesar de ser brillante en humanidades, cada clase de matemáticas era una tortura. Para ella, los polinomios eran como jeroglíficos: una combinación de letras y números sin alma ni sentido. No entendía por qué debía sumar, multiplicar o descomponer expresiones tan abstractas.
Un día, tras reprobar otro examen, rompió en llanto en el pasillo. Su profesor, el joven maestro Ernesto, la encontró sentada, sola, con su cuaderno cerrado.
—“No sirvo para esto”, dijo.—“No es que no sirvas. Tal vez solo no has visto para qué sirve,” le respondió.
Ernesto sabía que Nadia no necesitaba más ejercicios mecánicos, sino una conexión emocional con el contenido. Así que le propuso algo diferente:
—“Hazme un favor: la próxima vez que escribas un poema, intenta compararlo con una expresión algebraica.”
Ella rió, incrédula. Pero esa noche, al escribir sobre sus emociones en un texto, pensó en cómo cada palabra, cada verso, era parte de una estructura mayor. ¿No era eso lo que hacía el sistema polinomial? Cada término, con su coeficiente y su variable, construía algo más grande: un significado total, una forma de representar cambios y relaciones.
Al día siguiente, llevó un poema a clase:
“Tú, como X elevada a mil emociones.Yo, el coeficiente que cambia con tus estaciones.Juntos, un polinomio en expansión,hecho de silencios, amor y razón.”
El maestro, sorprendido, aplaudió su enfoque. A partir de ahí, cada clase fue un descubrimiento: graficó polinomios como paisajes emocionales, analizó raíces como momentos de inflexión personal, y hasta explicó a sus compañeros cómo un polinomio puede representar la trayectoria de una persona en el tiempo.
Nadia no solo aprobó matemáticas, sino que su relación con el álgebra se transformó por completo. Su proyecto final fue una exposición titulada “Poesía Polinomial”, donde conectó literatura, arte y matemáticas. Fue invitada a presentarlo en un evento juvenil de divulgación científica.Allí, compartió una idea que conmovió a todos:
“Los polinomios no son enemigos, son lenguajes. Y a veces, para entender un idioma nuevo, solo necesitas traducirlo al idioma de tu corazón.”
El sistema polinomial dejó de ser un conjunto de símbolos abstractos y se convirtió en una metáfora de vida para Nadia. Entendió que cada etapa, cada emoción, es parte de una ecuación más amplia. Y que, como en los polinomios, hay momentos que suman, restan, se multiplican… pero todos tienen una razón de ser.
Hoy, Nadia estudia pedagogía y sueña con enseñar matemáticas desde la empatía y la creatividad, porque aprendió que el conocimiento entra más fácilmente cuando se encuentra con lo humano.
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