
Luis era un estudiante de ingeniería que solía sentirse perdido entre cientos de carpetas y archivos en su computadora. Como muchos, había crecido en la era de interfaces gráficas, arrastrando y soltando documentos sin pensar demasiado en lo que ocurría detrás de la pantalla.
Todo cambió una tarde en el laboratorio, cuando su maestro le asignó un proyecto: aprender los comandos básicos de Windows y clasificarlos por su función. Luis frunció el ceño; ¿de qué le serviría eso en pleno 2025?
Al principio, lo vio como un castigo. La consola negra, sin íconos ni colores, le parecía un salto atrás en el tiempo. Pero, poco a poco, cada comando comenzó a revelar una metáfora oculta.
Luis empezó con dir, descubriendo que listar archivos no era solo ver nombres en pantalla, sino hacer visible el caos que llevaba en su propia vida digital. Luego, con cd, entendió que cambiar de directorio se parecía a elegir conscientemente a dónde quería ir, en lugar de perderse en la inercia de clics sin rumbo.
Pronto llegó a mkdir y rmdir, y la idea de crear o eliminar espacios lo enfrentó con su dificultad para decidir qué guardar y qué dejar ir, tanto en sus carpetas como en su memoria emocional.
Los comandos de acción directa —del/erase, copy, move, ren— le mostraron que cada archivo podía ser eliminado, duplicado, movido o renombrado, igual que las experiencias: algunas se borran, otras se transforman. Con cls, la pantalla se vaciaba y le recordaba que siempre es posible empezar de nuevo.
Cuando llegó a los comandos de red —ipconfig, ping, tracert, netstat— se dio cuenta de que toda conexión necesita verificarse, y que incluso en las relaciones humanas a veces es necesario diagnosticar dónde está el fallo.
Los de procesos y sistema —tasklist, taskkill, systeminfo, shutdown— fueron una lección sobre revisar qué consume energía, cortar lo que estorba, entenderse a uno mismo y, sobre todo, saber cuándo es momento de descansar.
Finalmente, help apareció como una epifanía: pedir ayuda no es debilidad, es sabiduría.
El proyecto que Luis pensaba inútil terminó dándole un aprendizaje inesperado. Al clasificar y usar cada comando, comprendió que la computadora era un espejo de su propio desorden. Al aprender a manejarla con precisión, también aprendía a dirigir su vida con más intención.
Terminó entregando un trabajo impecable, pero más allá de la calificación, se llevó la certeza de que la simplicidad y el control pueden cambiar no solo cómo gestionamos archivos, sino cómo vivimos el día a día.
Los comandos ya no eran para Luis simples herramientas técnicas: se habían convertido en metáforas de organización, conexión y autocuidado. En ese viaje descubrió que incluso en una terminal en blanco puede esconderse una guía para la vida.
Frexus
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