
Gaby siempre soñó con diseñar experiencias digitales que impactaran en la vida cotidiana. Su primer gran oportunidad llegó cuando una startup emergente de salud la contrató para liderar el diseño de las interfaces en un reloj inteligente capaz de monitorear la salud cardíaca en tiempo real.
A simple vista, parecía un proyecto emocionante. Pero pronto descubrió que el verdadero reto no era solo “hacerlo bonito”, sino lograr que personas mayores —pacientes con problemas de corazón— pudieran usar un dispositivo diminuto en momentos críticos.
En las primeras pruebas, Gaby observó algo que le cambió la perspectiva:
Los menús eran demasiado pequeños para los dedos de un adulto mayor.
Los íconos no se entendían.
La navegación confundía más que ayudaba.
Una señora de 72 años, llamada Teresa, le dijo con una sonrisa resignada: "Mija, si mi vida dependiera de entender este reloj, ya estaría perdida."
Ese comentario golpeó a Gaby. No se trataba de estética, sino de accesibilidad y humanidad en la tecnología.
Gaby detuvo el proyecto y reunió al equipo. Les pidió que se pusieran en los zapatos de los usuarios:
Simularon usar el reloj con guantes para entender la dificultad de precisión.
Desactivaron el sonido para experimentar cómo sería en silencio absoluto.
Redujeron el contraste de la pantalla para simular problemas de visión.
De pronto, las soluciones comenzaron a fluir:
Íconos grandes y universales.
Comandos de voz simplificados.
Alertas hápticas (vibración) para indicar acciones críticas.
El reloj dejó de ser un “juguete tecnológico” para convertirse en un compañero confiable para quienes más lo necesitaban.
El día del lanzamiento, Teresa recibió su dispositivo final. Al presionar un botón grande y claro, el reloj vibró suavemente, confirmando que estaba registrando su pulso. Sus ojos se llenaron de lágrimas y dijo: "Ahora sí siento que alguien pensó en mí."
Gaby comprendió que el verdadero valor de las interfaces en dispositivos inteligentes no radica en la innovación por sí misma, sino en su capacidad de conectar tecnología con humanidad.
La historia de Gaby nos recuerda que cada pixel, cada vibración y cada flujo de navegación puede salvar una vida o, al menos, hacerla más digna. En el desarrollo para dispositivos inteligentes, la interfaz es el puente entre la frialdad del código y la calidez de lo humano. La pregunta es: ¿qué tan sólido construimos ese puente?
Frexus
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