
Cuando Javier decidió crear su primer videojuego, no tenía más que una idea en la cabeza y un grupo de amigos que compartían su pasión por los mundos digitales. La idea era sencilla: un juego de plataformas donde un personaje viajara entre recuerdos, resolviendo acertijos para recuperar su identidad.
El entusiasmo inicial fue tan grande que comenzaron a programar sin detenerse a pensar demasiado en los detalles. “Ya lo iremos resolviendo sobre la marcha”, decían entre risas, convencidos de que lo importante era empezar.
Al principio todo parecía fluir, hasta que las primeras decisiones improvisadas comenzaron a pesar:
Un amigo quería un estilo pixel art, otro buscaba gráficos más realistas.
Las mecánicas de juego no estaban definidas y cada semana cambiaban las reglas.
No había un calendario ni roles claros; las discusiones reemplazaban al trabajo.
El proyecto, que había nacido con tanta ilusión, se convirtió en un laberinto de frustraciones. Después de seis meses, el juego no pasaba de un prototipo inestable que nadie disfrutaba. Javier sintió que su sueño se estaba derrumbando.
Cansado de perderse en discusiones, Javier se detuvo y buscó orientación en foros de desarrolladores. Descubrió algo que antes había despreciado: la planeación.
Redactaron por primera vez un Documento de Diseño (GDD) donde plasmaron el objetivo del juego, sus mecánicas centrales y el estilo artístico. Dividieron tareas, establecieron plazos y, sobre todo, aprendieron a decir “esto no entra en esta versión”.
Ese simple acto de ordenar sus ideas les devolvió la energía creativa. Ahora, en vez de discutir, cada integrante sabía qué debía hacer y cómo encajaba en el proyecto.
Con una visión clara, en cuatro meses lograron tener una demo funcional. Era modesta, sí, pero transmitía exactamente lo que habían soñado: un viaje entre recuerdos que combinaba nostalgia y desafío.
Javier no se convirtió en millonario ni apareció en portadas de revistas. Pero aprendió algo más valioso: que la planeación no mata la creatividad, la potencia. Su juego, aunque pequeño, fue jugado y apreciado por una comunidad que entendió su mensaje.
Planear un videojuego no significa limitar la imaginación. Significa darle raíces para que pueda crecer más alto, más fuerte y llegar a más jugadores. Porque un sueño sin dirección puede perderse, pero un sueño bien planeado se convierte en una experiencia compartida.
Frexus
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