
A la memoria de Cultions, y a la visión de Carlos Gómez.
Hubo un proyecto que nació de una obsesión silenciosa: la de no permitir que las emociones desaparecieran. Se llamaba Cultions. Y aunque nunca llegó a completarse, dejó tras de sí una de esas intuiciones que solo se entienden con el paso de los años.
Carlos Gómez - el fundador - lo soñó con una claridad que rozaba lo imposible: una plataforma donde el arte no solo se conserva por su forma, sino por su huella.
No queríamos catalogar los cuadros ni registrar metadatos. Queríamos preservar el estremecimiento. Imaginábamos una arca de Noé emocional, un lugar donde cada obra pudiera contener no solo su imagen, sino la vibración que había provocado en los que la contemplaron. Una pintura, una escultura... todas como cápsulas sensibles, llenas de datos que no eran números, sino sentimientos.
En aquel entonces hablábamos sin darnos cuenta de lo que estábamos tocando:
la emoción como infraestructura.
el alma como dato.
el arte no como objeto, sino como organismo.
Durante siglos, el arte fue un intento de detener el tiempo. Una conversación muda entre quien crea y quien contempla, sostenida en el aire por una belleza que solo existía mientras alguien la miraba. Los museos guardaban - y guardan - los cuerpos de las obras, pero sus almas se evaporan en cada visita. Se conserva el pigmento, pero no el temblor.
Y sin embargo, lo que hacía que algo fuera bello - a mi juicio - no era la técnica, ni el marco, ni la firma, sino la emoción que lograba provocar en otro ser humano.
Eso era lo que Cultions trataba de proteger: la vibración que pasa de uno a otro. Queríamos archivar el estremecimiento antes de que se extinguiera. Que las emociones no murieran en presente.
Recuerdo que, a veces, hablábamos de futuro en términos que hoy suenan místicos:
de una red de emociones interconectadas,
de una historia que pudiera contarse no por los hechos, sino por lo que la humanidad sintió frente a ellos.
En el fondo, pienso, qué buscábamos una forma de memoria más honesta. Una historia donde lo importante no fuera quién ganó, sino quién se conmovió.
Quizá por eso Cultions fue tan difícil de materializar: porque el mundo todavía no sabe qué hacer con la belleza cuando deja de ser mercancía. Medimos el arte por su rareza o por su precio, pero nunca por la profundidad del silencio que deja después.
El mercado del arte lleva siglos intentando convertir lo intangible en capital. Pero lo único verdaderamente valioso - lo que no se puede falsificar ni subastar - es la emoción. La emoción es el último bien escaso.
Imagina un futuro donde las emociones pudieran trazarse, donde cada obra lleva consigo un registro del temblor que ha causado a lo largo del tiempo. No un contador de visitas, sino una tipografía de sentimientos. Un mapa donde pudiéramos ver cómo cambias las reacciones ante una obra con cada generación:
cuándo la esperanza se transformó en nostalgia,
cuándo la belleza empezó a doler.
Eso sería la verdadera cryptohistoria estética: una historia no de objetos, sino de emociones. La memoria viva de la sensibilidad humana.
Y, sin embargo, quizá no haga falta construirla para entender lo que representa. Porque el simple hecho de haberlo intentado ya dice algo sobre nuestra época. Vivimos en un tiempo donde todo se acelera, donde la información se multiplica, donde la belleza se consume como una notificación más. En medio de esa vorágine, Cultions se atrevió a proponernos lo contrario: detenerse.
Guardar silencio.
Recordar lo que sentimos.
Carlos Gómez entendió antes que nadie que la tecnología más avanzada no es la que calcula, sino la que preserva lo invisible. Que la reproducción del arte no está en la reproducción infinita, sino en la huella emocional que deja. Que la emoción, cuando se cuida, también puede doblar el tiempo.
Y quizá eso sea lo más bello de todo: que una idea que nunca llegó a hacerse real me siga emocionando. Que algo que no existe siga generando sentido en mi interior.
Porque eso, al final, es el arte: la capacidad de seguir conmoviendo incluso cuando ya no queda nadie que lo mire.
Con el tiempo he entendido que Cultions no fracasó.
Fue un ensayo del futuro. Una tentativa de atrapar el alma. Y aunque el mundo no estaba preparado, su eco sigue vivo, como una nota sostenida que se niega a morir.
Tal vez algún día, cuando la tecnología haya aprendido a escuchar, volvamos a construir aquella arca. Y dentro de ella, entre obras y recuerdos, encontraremos lo que Cultions intentó regalarnos: un lugar donde la belleza no se posea ni se mida, sino que simplemente permanezca.
Archivo 10. Desde la frontera.
Synapseverse 00.
Nada más radical que imaginar lo que aún no existe.
by Carles Montrull.
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Carmonpa1
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