
Todo empezó con dos tuits.
El primero, publicado el 7 de agosto de 2023 a las 16:08h, era de PayPal: treinta palabras, un vídeo corto y un logo azul.

El segundo, dos años más tarde, era de Camila Russo, periodista de cripto, que escribió con una mezcla de sorpresa y ironía: “Apparently PayPal just printed 300 trillion of $PYUSD…” Un error, un “fat finger”, decían. Pero en el fondo, no podía dejar de pensar que ambos tuits estaban conectados: la semilla y su sombra, la creación y su fallo. El comienzo de algo que todavía no entendemos del todo.
Por pura curiosidad -o quizás por inquietud- abrí el contrato de PYUSD. Esperaba un documento técnico, algo frío y burocrático. Lo que encontré, en cambio, fue un conjunto de instrucciones que sonaba menos a código y más a legislación de un nuevo orden. Tres funciones destacaban entre las demás, casi como si condensaran toda una filosofía: increaseSupply(), freeze(), wipeFrozenAddress(). Crear, congelar, borrar. Tres verbos, tres pulsos de poder. Dios, juez y verdugo. Y todo eso, no en manos humanas, sino inscrito en una cadena que ejecuta sin dudar.
Me quedé un rato observando esas líneas. Pensé en lo que implicaban. No como tecnólogo, sino como ciudadano. Qué significa que el dinero ya no dependa de la confianza, sino del cumplimiento. Qué ocurre cuando la moral se compila. Entonces imaginé una escena.
Un programa de ayuda pública. El Estado anuncia que transferirá 400 euros digitales a cada ciudadano para gastos médicos. El contrato ejecuta increaseSupply() y, en segundos, el dinero aparece: limpio, exacto, sin burocracia. Vas a la farmacia, pagas los medicamentos, y todo funciona. El sistema sonríe. Días después, decides usar parte de esa ayuda para comprarle a tu madre algo de comida, un pequeño detalle. Pero la pantalla se apaga. “Transacción denegada.” El contrato ha activado freeze(). Los fondos están ahí, pero no puedes tocarlos. Te explican que no es un castigo, sino una medida de protección: el dinero debe usarse de forma responsable. Intentas apelar, pero no hay funcionario, ni ventanilla, ni número de teléfono. Solo una función cumpliendo su deber. Una semana más tarde, el saldo desaparece. “Fondos reintegrados al sistema por uso indebido.” wipeFrozenAddress() ha hecho su trabajo. Tu cuenta vuelve a estar limpia. Inmaculada. Y tú te quedas frente a la pantalla, sabiendo que nada falló. El sistema hizo exactamente lo que debía hacer.
Ahí entendí que lo verdaderamente inquietante no es el error, sino la perfección.
Durante siglos, el dinero fue un acto de confianza. Una promesa mutua: “esto vale porque ambos creemos que vale”. Ese pacto invisible sostuvo sociedades, imperios, religiones enteras. Pero el dinero programable cambia la naturaleza del acuerdo. Ya no confías, cumples. Ya no esperas, ejecutas. La fe se reemplaza por código. La confianza por obediencia. Y lo más fascinante -y aterrador, a mi juicio- es que el sistema funciona. No hay corrupción, ni evasión, ni fricción. Todo encaja. La eficiencia se convierte en moral, y la autonomía, en riesgo. La libertad empieza a medirse por la compatibilidad con las condiciones del contrato.
Me pregunto si esto es solo el principio. Las Central Bank Digital Currencies (CBDCs) -el euro digital, el yuan, el dólar tokenizado- replicarán este modelo. No serán simples versiones del dinero físico, sino sistemas vivos de gobernanza, redes que no solo registran lo que hacemos, sino que definen lo que podemos hacer. No porque alguien nos vigile, sino porque el código no nos dejará actuar fuera del marco. El dinero dejará de ser neutral. Pasará de representar valor a administrar comportamiento. No castigará, corregirá. No prohibirá, limitará. No robará, simplemente no ejecutará.
Quizás sea el primer paso hacia algo más grande. Una economía que premie la eficiencia, recompense la virtud y corrija la desviación. Donde las ayudas sean instantáneas, los pagos automáticos y los incentivos invisibles. Una economía que no solo distribuya dinero, sino puntos. Y donde la renta básica universal no sea un derecho, sino un comportamiento bien ejecutado.
Esto no será una distopía. Podría ser perfectamente una relaidad - de hecho ya lo es. Nos lo venderán como una mejora: más transparencia, más control, más seguridad. Dirán que todo será más justo, más rápido y eficiente. Y lo creeremos, porque funcionará.
Hasta que un día, sin darnos cuenta, descubramos que el precio de la eficiencia era la posibilidad de decidir. Y que, en nombre del orden, habremos delegado incluso la libertad de equivocarnos.
Cuando llegue este momento, no recordaremos tuits, ni los contratos, ni las líneas de código. Solo sabremos que, en algún punto invisble, el dinero dejo de servirnos y que empezó a decidir por nosotros.
La hisotria del dinero siempre fue la historia de la fe.
Ahora será la del control.
Archivo 11. Desde la frontera.
Synapseverse 00.
Nada más radical que imaginar lo que aún no existe.
by Carles Montrull.
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Carmonpa1
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