
Durante semanas, en las conversaciones con Alberto Martínez de Venture, y con Cris y Jorge de Player, hablábamos de espacios. De como diseñar lugares que no se agotan en su forma, sino que continúan en la mente de quien los habita. De como el marketing pueder dejar de ser un altavoz y volver a ser una forma de encuentro. Han sido charlas abiertas, a ratos algo conceptuales, a ratos tácticas entre cafés y con ruido de fondo de Merkato Hub.
Sin darme cuenta, aquellas conversaciones empezaron se desviaron hacía otro territorio.
Del diseño pasamos al significado.
De la marca, a la memoria.
Y, casi sin quererlo, mi cabeza pasó de comunicación a política.
Fue entonces cuando empecé a relacionar y empecé a pensar en la hospitaldiad no como una categoría, sino como una arquitectura invisible que une lo físico y lo digital - de esto viene hablando Alberto años.
Y gracias a las charlas con él comprendí que un café - o cualquier producto compartido - puede convertirse en algo más que una transacción: en un
En realidad, la hospitalidad - si te paras a pensar - siempre fue eso.
Mucho antes de que existieran las redes, existía el café.
En torno a él se organizaban tertulias, se escribieron manifiestos, se firmaron acuerdos y se conspiró contra el poder. Las cafeterías y las tabernas fueron las primeras plataformas sociales: lugares donde la confianza se construía a fuego lento, entre miradas y conversaciones. Eran infraestructuras de lo humano: sistemas de gobernanza informal donde las ideas circulaban sin permiso.
Hoy, esa misma energía está regresando - o al menos así lo percibo -, pero bajo otro lenguaje. El mostrador ya no es solo un punto de venta; es una interfaz. La taza, un token de pertenencia. El espacio, un nodo en una red que une lo físico con lo digital. Y cada interacción - por mínima que sea - deja un rastro, una huella simbólica y de datos, que alimenta una memoria colectiva.
A eso lo llamaremos phygital.
Pero lo phygital no es una moda tecnológica, ni un adjetivo de marketing.
Es una forma de existencia persé.
Un espacio sin costuras donde lo tangible y lo virtual se funden hasta volverse inseparables. Es el punto exacto donde la experiencia deja de tener fronteras.
Cuando alguien pide un café en un local conectado, no solo realiza una compra:
activa una cadena de eventos - digitales, emocionales, culturales - que prolongan su gesto mucho más allá del mostrador. Ese acto sencillo, cotidiano, se convierte en señal.
Es un ping de identidad.
Es una manera de decir: "Estoy aquí. Pertenezco."
☕ coffee. culture. community.
tres palabras, tres capas, una misma ecuación.
Coffee es el ritual. La cita sensorial, el punto de entrada al sistema.
Culture es la narrativa, la capa simbólica que otorga significado al gesto.
Community es la infraestructura invisible que une los puntos: la red viva de integraciones, datos y emociones.
Cuando estas tres capas se diseñan con coherencia la hospitalidad deja de ser un negocio y se convierte en una coreografía social.
Cada interacción física se prolonga digitalmente.
Cada espacio genera memoria.
Cada marca se comporta como un ecosistema.
El resultado es algo nuevo - o eso creo: microterritorios culturales.
Pequeñas redes de sentido que no tienen bandera, pero sí pertenencia.
No se fundan por decreto, sino por conexión.
No nacen de la publicidad, sino de la coherencia.
Y aunque hoy las llamaremos comunidades, se comportan como protoestados simbólicos.
Un network state no empieza con una frontera, sino con un ritual compartido.
Surge cuando un grupo de personas decide que su manera de vivir el mundo merece un territorio - aunque sea simbólico -. Eso es lo que está ocurriendo, casi sin darnos cuenta, en la hospitalidad phygital: cafeterías, clubes, espacios culturales que operan como ciudades microscópicas conectadas entre sí, donde la transacción deja de ser económica para convertirse en cultural.
Cada cliente es un ciudadano.
Cada compra, un acto político.
Cada experiencia, una línea escrita en la constitución invisible de la comunidad.
Quizá el futuro de las ciudades no se construya con cemento, sino con confianza.
Quizás las nuevas naciones no se diseñen en despachos, sino en estudios creativos.
Quizá el futuro de la política se parezca más a un lugar donde te sirven un café y te llaman por tu nombre.
Porque la hospitalidad siempre fue eso: un prototipo político.
Un ensayo cotidiano de cómo queremos convivir.
Un sistema que no se impone, sino que se ofrece.
Y en esta nueva era phygital , ese acto humilde - abrir la puerta, servir una taza, recordar un rostro - puede ser el inicio de una nueva forma de civilización.
Lo físico nos da cuerpo.
Lo digital nos da memoria.
Pero es la combinación de ambos la que, por primera vez, nos está devolviendo sentido.
Quizá, dentro de unos años, cuando hablemos de los network states como algo consolidado, recordemos que todo empezó aquí: en un café, una conversación y un puñado de diseñadores que entendieron que el futuro no se inventa, se invita.
Archivo 12. Desde la frontera.
Synapseverse 00.
Nada más radical que imaginar lo que aún no existe.
by Carles Montrull.
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Carmonpa1
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