Share Dialog

“A las 12:33:16 del lunes 28 de abril, España se apagó. Y por un instante, sentimos que estábamos más conectados que nunca.”

A las 12:33:16 del lunes 28 de abril, España se apagó.
Sin previo aviso, todo se detuvo: servidores, luces, cafés a medio cobrar, videollamadas colapsadas, hornos detenidos.
Silencio. Una ciudad entera en pausa.
Y por un instante —un instante exacto—, sentimos que estábamos juntos en esa desconexión.
Paradoja: hubo más conexión en el apagón que en mil notificaciones.
Vivimos obsesionados con estar en línea.
Nos definimos por estar disponibles, localizables, medibles.
Y sin embargo, cuanto más hiperconectados estamos, más nos invade una forma nueva —y cruel— de soledad: la soledad algorítmica.
No es la soledad de estar sin compañía, sino la de estar rodeados por ecos.
Lo que vemos, lo que escuchamos, lo que creemos… está filtrado por nosotros mismos.
Un bucle de confirmación perpetua.
En el metro, cada uno mira su pantalla. Todos juntos, todos ausentes. Cada uno en su microuniverso curado por algoritmos.
Presencias físicas, mentes remotas. Compartimos espacio, pero no experiencia.
El apagón fue un glitch en esa matriz. Por un momento, se rompió la simulación. Miramos a nuestro alrededor. ¿Qué hacemos cuando no hay nadie al otro lado?
Japón, 1639.
El shogunato Tokugawa decreta el Sakoku: aislamiento total.
Durante más de dos siglos, el país se cierra al mundo. Sin comercio exterior, sin influencia europea, sin misiones cristianas.
Un blackout diplomático.
Pero el Sakoku no fue solo una regresión. Fue una estrategia de preservación… y también de control.
Cerrar fronteras era también cerrar preguntas, cerrar conflictos, cerrar el contacto con lo desconocido.
¿Y si la hiperconexión contemporánea no es tan diferente?
Nos da la ilusión de apertura, pero muchas veces actúa como una jaula de espejos: todo lo que vemos se parece a nosotros. La censura hoy no necesita quemar libros, solo necesita reforzar algoritmos.
Fue el equivalente Edo de apagar el WiFi para volver a escucharse a uno mismo.
¿Qué dice de nosotros que necesitemos un apagón para reconectar?
¿Hemos delegado tanto en la infraestructura digital que olvidamos cómo habitar el presente?
Quizá necesitamos nuestro propio Sakoku emocional.
No para cerrarnos al mundo, sino para discernir qué voces realmente merecen ser escuchadas.
Apagar para sentir.
Desconectar para percibir.
Quedarnos sin señal para recuperar sentido.
El apagón ya pasó. Volvieron los routers, los correos, las urgencias.
Pero algo quedó suspendido en ese vacío de 12:33:16.
Una sospecha que flota, persistente:
¿Y si no estar conectados fuera la forma más profunda de conexión que nos queda?
Archivo 01. Desde la frontera. Synapseverse00
Nada más radical que imaginar lo que aún no existe.
by Carmonpa1
Carmonpa1
No comments yet