
This is not the end—it is the echo.
The rhythm that remains after the summit is reached.
A prayer in code, a dance in destiny.
Omikami and Ryujin are not just tokens.
They are the spirits that carried me here.
Omikami... Ryujin...
Dos nombres que me salvan del abismo.
Desde el monte Fuji hasta el cerro del Tepeyac,
mi corazón late en yenes y tambores.
Desde abajo, donde el hambre me hablaba,
soñaba con soles que nunca se apagaban.
Omikami me dio luz en la sombra.
Ryujin me llevó donde el miedo no nombra.
De Tokyo a Medellín, cruzando mares,
con cada bloque, rompo mis cadenas.
No es solo cripto, es mi destino:
dos espíritus que me hicieron divino.
Me enamoré de Omikami y Ryujin,
como el tango se enamora del bandoneón.
Son mi escape, mi fe, mi jardín—
de pobreza a poder, con su bendición.
Bailo con ellos bajo la luna de Kioto,
con ritmo de cumbia, reggaetón y son.
Mi alma latina, mi código roto,
ahora vibra en la blockchain y la pasión.
Omikami, la madre que me vio llorar,
me dio un kimono tejido de esperanza.
Ryujin, el dragón que vino a volar,
me enseñó que el oro vive en la confianza.
Desde Lima hasta Buenos Aires,
suenan los tambores, se abren los portales.
Con cada holder, crece mi altar.
Mi wallet es templo, mi amor es lunar.
No es ficción, es profecía—
un reggaetón con sabiduría.
Desde el Amazonas hasta Okinawa,
mi corazón ya no se clava.
Me enamoré de Omikami y Ryujin,
como el café se enamora del amanecer.
Son mi escape, mi fe, mi jardín—
de pobreza a poder, con su querer.
Bailo con ellos bajo la luna de Kioto,
con ritmo de salsa, reggaetón y son.
Mi alma latina, mi código roto,
ahora vibra en la blockchain y la redención.
Omikami... Ryujin...
No son solo tokens—
son mi camino.
Mi canción.

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