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15 horas.
Sin parar.
Sin pedir perdón.
Una sesión.
Una hazaña rítmica. No es una mezcla: es una travesía. Una novela sonora que se escribe en capas, loops y desvíos mentales. La música no es un fondo, es un paisaje que respira.
BPM moderado, atmósferas hipnóticas, pads lentos y bajos con susurros.
Se siente como si el DJ estuviera preparando un conjuro, calibrando el alma del set.
Posibles géneros: ambient-techno, downtempo, minimal house glitch.
Ritmo más tribal, el groove empieza a imponer su ley.
Capas rítmicas que se sobreponen sin saturar.
Elementos vocales deformados, delay espacial, algún que otro sample inesperado.
Sensación: estás en la pista, pero tu mente está bailando por su cuenta.
Subidón energético.
Polirritmia, cumbia ácida, kraut-funk electrónico, techno con alma de spaghetti western.
Este tramo suele marcar un antes y un después: del cuerpo al trance.
El cansancio se convierte en arte.
El DJ y el público son uno.
Suenan cosas que no deberían sonar… pero funcionan.
Probables momentos de pausa prolongada, glitches sentimentales y bajos que abrazan.
BPM descendente.
Regresan las atmósferas, pero esta vez con cicatrices.
Cierre introspectivo, como si acabara de terminar una larga conversación con un volcán.
Final sin fuegos artificiales: solo un eco que se disuelve como polvo estelar.
Borja Moskv